¿Qué educación queremos?
El Congreso de la República está considerando la posibilidad de modificar el ingreso a las universidades nacionales y hacerlo de manera automática, para los egresados, todos los egresados que deseen hacerlo. La noticia ha pasado desapercibida por la muerte de Mario Vargas Llosa y la Semana Santa que se ha cerrado con el fallecimiento del papa Francisco. Ese deseo de los legisladores no tiene asidero en la realidad, en primer lugar, porque las universidades no tienen dinero para hacerlo. Solo en el caso de San Marcos, pasar de cinco mil ingresantes a cincuenta mil, es tarea imposible de cumplir, y eso es válido para todas las universidades. En Argentina, durante décadas, este modelo ha mostrado sus falencias, dando lugar a que miles de jóvenes abandonen las universidades y queden desocupados, a la deriva en un mundo cada vez más exigente.
Lo que debemos hacer en el Perú es reforzar lentamente el bachillerato escolar que ya existe y está dando magníficos resultados en los colegios emblemáticos que funcionan en cada uno de los departamentos y en los colegios particulares que ya tienen esa forma de culminar la secundaria que abre las puertas de las universidades de todo el mundo. Como profesor universitario he tenido contacto directo con los colegios emblemáticos de Lima y Ayacucho y tengo noticias cercanas del de Piura. El bachillerato escolar está dando confianza a alumnos, trabajadores y docentes, devuelve el optimismo, la idea difundida de que sí se puede ser mejores. Que cuando se quiere estudiar ni los teléfonos móviles, ni los interminables juegos, pueden ser suficiente aliciente para apagar el deseo de aprender, ser creativos e innovar.
No se trata solamente de la relación de la secundaria con la universidad. Tenemos que marchar hacia una reforma total de los estudios en el país. En especial de la educación secundaria que nada ha ganado en las últimas décadas con la desaparición de cursos tradicionales, como historia del Perú y el mundo, literatura, educación cívica. Queremos hombres y mujeres completos, que apreciando a una disciplina respeten a otra, que sepan escribir bien, que hagan sus tesis sin copiarlas de otros, que quieran desempeñarse cabalmente en las tareas que la sociedad les encargue. Individuos probos que sean capaces ganarse la vida limpiamente, que repudien desde sus entrañas cualquier atisbo de corrupción. Alguien puede decir que estas afirmaciones son utópicas. Puede ser, pero sin utopías no marcha el mundo. Muchos estamos hartos de las distopías, de las noticias siempre malas, de los asesinatos diarios.
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