Puntos sobre las íes
Resulta enfermiza la intolerancia del oficialismo. Como siempre, a mis amigos todo, a mis enemigos la ley. El presidente Vizcarra miente. Sin embargo la claque palaciega dice que no. Suficiente esa aseveración de los ayayeros vizcarrinos –pregonada por la avalancha mediática sometida al Gobierno en canje por el avisaje estatal– para que un derrotado Congreso se atemorice, y decida investigar al consorcio que contrató con la empresa del presidente Vizcarra, en vez de examinar a esta última. Recordemos que, además, el presidente Vizcarra renunció a la gerencia de su empresa siendo jefe de Estado. Algo que está prohibido para cualquier otro mortal que ejerza –o que ejerciera– la primera magistratura. Sin embargo, el oficialismo lo soslaya en el caso de Vizcarra.
Al final de cuentas, este es un gobierno que ha comprado a la llamada gran prensa con dinero de los contribuyentes, adscribiéndola como apéndice de Palacio a cambio del subsidio estatal que consiste en concederle cientos de millones de soles anuales bajo el rubro publicidad oficial. Consecuentemente, la ciudadanía vive atosigada por falsas informaciones que cotidianamente –y a toda hora– emiten los medios de comunicación comprados por el Gobierno con dinero del pueblo. Es la verdad oficial machacada de manera cansina y fraudulenta. Un artilugio que desfachatadamente disfraza aquella vil corrupción que implica gobernar con el autoritario respaldo de un monopolio mediático privado, aunque dirigido por el clan progre marxista asentado en el Poder Ejecutivo.
Ni Fujimori contó con semejante apoyo mediático. Pese a los millones que sifoneaba Montesinos a esta misma prensa que ahora se ha sometido al Vizcarra, y que antes hiciera lo propio ante Toledo, luego con Humala y después con PPK. El Comercio atacó a Fujimori hasta que estalló el escándalo de los millones de dólares MUC, transferidos a cuentas secretas de ciertos accionistas. La Fiscalía denunció el delito y los directivos del diario temblaron. En esos momentos El Comercio estaba enfrascado en una feroz campaña contra la re-reelección de Fujimori. Hasta que, de pronto, un día cesó este irrefrenable ataque. El repentino cambio fue rubricado nada menos que con un infausto y vergonzante editorial publicado a toda página por el diario de marras, levantando la bandera blanca al señalar que el presidente Alberto Fujimori había ganado la elección, y que lo que necesitaba, de una vez por todas este país, era “pasar la página” y en adelante apoyar a Fujimori. Al día siguiente la entonces fiscal Julia Eguía, tan odiada por El Comercio, firmaba una resolución declarando “prescrito” aquel escándalo de los millones de dólares trasegados por El Comercio mediante el corrupto Dólar MUC. Esta parte de la historia, amable lector, la esconde El Comercio. Sin embargo, al momento de registrarse los hechos fidedignos, resulta indispensable fijarla como ejemplo de lo que significa la desvergüenza de este grupo mediático que se jacta de representar lo que le gusta citar como el liderazgo moral del país. Tan falso que ofende a sus fundadores, Manuel Amunátegui y Alejandro Villota, y traiciona a su sucesor, mi bisabuelo José Antonio Miró Quesada.
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