Pudimos ser un país viable
La falta del concepto de Estado entre nuestra clase dirigente es simplemente brutal. El Perú sigue existiendo porque Dios es grande, apelando a la escasa infraestructura que nos legaron generaciones anteriores. Tenemos por ejemplo al Hospital Dos de Mayo, construido en 1875; la Estación Desamparados erigida en 1870, el Ferrocarril Central tramo Lima- La Oroya inaugurado en 1903, el Hospital del Empleado puesto en valor en 1958. Y podríamos continuar recitando los grandes locales construidos con visión de futuro, que seguimos usando frenéticamente. Mientras tanto, desde los años cincuenta del siglo pasado no se han inaugurado nosocomios y menos todavía tendido de líneas férreas (más bien se han destruido, por ejemplo, en el tramo del tren Lima-Huacho). Incluso desaparecieron los tranvías, solución al transporte masivo que opera en forma exitosa en muchas capitales europeas.
Esta medianía refleja la descomposición de las personas que han ocupado el poder en nuestros gobiernos a lo largo de este último medio siglo. Gente llevada más bien por un enfermizo afán de figuretismo e inmediatismo. Y por qué no decirlo, desbocada por aferrarse rápidamente al dinero mal habido. Prueba de aquello son esos elefantes blancos que han dejado como recuerdo de su mediocridad y corrupción. Obras como la carretera Interoceánica –que únicamente interesaba, desde el aspecto geopolítico, al socialismo brasileño liderado por Lula da Silva- nos han significado un egreso de alrededor de US$8,000 millones, aparte del costo de la corrupción y el millonario pago por mantenimiento que deberemos seguir abonando durante varias décadas tan solo para tener un serpentín de centenares de kilómetros que llega hasta la frontera con el vecino Brasil, sobre el cual circulan apenas 30 vehículos cada día. Lo mismo ocurre con el Gasoducto del Sur, donde este gobierno se apresta a obligar al Perú a invertir US$7,500 millones en un proyecto que nació cojo, rodeado de podredumbre debido a la presencia de la dupla Odebrecht-Graña y Montero. Ni qué decir de esos US$1,300 millones dilapidados en organizar unos Juegos Panamericanos que han acabado con más pena que gloria para nuestro deporte, y nos han dejado un conjunto de activos cuyo mantenimiento costará muchísimos millones de dólares anuales que, con total seguridad, el Estado será incapaz de solventar en desmedro de valor de los activos.
Pero la máxima expresión del despilfarro organizado por los gobiernos Humala-PPK estriba en los US$6,000 millones quemados en una refinería en Talara para procesar petróleo que no producimos, cuyo verdadero costo jamás ha debido superar US$1,500 millones (valor de mercado de una refinería contemporánea para depurar 60,000 BBLL diarios de petróleo). Vale decir, existe un vacío inexplicado de US$4,500 millones que nadie precisa, sencillamente porque Petroperú es una empresa estatal instituida por la izquierda tras el golpe socialista de Velasco únicamente para consolidar la imagen del Estado empresario como modelo político.
La suma de estas dilapidaciones del recursos producto del derroche durante la última década -US$11,000 millones- demuestra que con ellas pudimos haber construido los hospitales, escuelas, comisarías e instalaciones de agua potable que tanto demanda nuestra población.