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Pudimos evitarlo

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Fecha Publicación: 22/08/2022 - 22:50
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La liberación de Antauro Humala provoca asco. No tanto por la excarcelación anticipada, la cual finalmente es un beneficio penitenciario legal mal concebido, sino porque la sociedad peruana ha vuelto a ponerse la pistola en la cabeza gratuitamente.

Antauro es un psicópata, un narcisista que no siente empatía hacia el sufrimiento ajeno, es incapaz de tener remordimientos, pero su elevada inteligencia le permite manipular a quienes tiene alrededor, y por ello reincide en sus acciones. Por eso sus primeras declaraciones al dejar el penal han sido para celebrar la rebelión del “Andahuaylazo” de enero de 2005, cuando junto a 160 reservistas y etnocaceristas mataron a 4 policías e hirieron a otros 5 en su inconstitucional intento de exigir la dimisión del presidente Toledo.

Profesionalmente cercano al exministro del Interior Javier Reátegui y al general PNP Félix Murazzo, conocí en tiempo real el caso. Guardo recuerdo preciso de los tensos informes radiales del sistema interno que iban dando cuenta del alzamiento, desde el primer momento hasta los culminantes disparos a mansalva contra los policías y el develamiento de la banda de criminales que, si bien estuvieron liderados por Antauro, también tuvieron nexos con Ollanta Humala Tasso. A éste, al final lo llamaron traidor por haber incitado el movimiento hasta que, cual Judas, dio un paso al costado desde el extranjero.

El etnocacerismo es un pastiche, toma elementos diversos de varias corrientes históricas, socialistas y nacionalistas para ofrecer postulados verborreicos de un fascismo primitivo. Su ridiculez es tan extrema que muchos de sus símbolos son una extrapolación de la parafernalia nazi con matices andinos. Su creador es el infeliz Isaac Humala, y su relativa popularidad se explica en la desesperanza de los resentidos sociales.

Los peruanos nunca le han prestado la debida atención, jamás se ha condolido realmente con los policías asesinados y tampoco ha tomado las medidas preventivas para que el psicópata muera en la cárcel. Hoy, con el asesino suelto, medio mundo lo ve como una amenaza. Y, sí, pues, Antauro está libre porque fue aliado de Pedro Castillo, sí tiene un batallón de reservistas más dementes que él mismo; y ahora tocará enfrentar ni más ni menos que a la reencarnación del mítico Hannibal Lecter, mientras en paralelo luchamos contra el capo de la mafia chotana.

No queda de otra, pero conste que todo pudimos evitarlo si desde el principio hubiésemos tomado la política en serio, como debíamos.

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