“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”
Queridos hermanos, ¡Feliz Navidad! Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, un día en el que recordamos cómo Dios quiso entrar en la humanidad y crecer como hombre dentro de una familia. Esto nos muestra la importancia de la familia como el núcleo de la sociedad, el lugar donde crecemos y aprendemos, el mejor ministerio de educación y vida.
En la primera lectura, el libro del Eclesiástico nos invita a honrar a nuestros padres: “El que honra a su padre expía sus pecados, y el que respeta a su madre acumula tesoros”. Incluso si en la vejez pierden el juicio, debemos tratarlos con respeto y cariño. Nuestros padres nos han dado la vida, han velado por nosotros y nos han ayudado a crecer. Hoy, sin embargo, vemos cómo en muchas familias se pierde la autoridad, y eso afecta la formación de los hijos. Por ello, debemos ser indulgentes, enseñar con amor y paciencia, y fortalecer nuestras familias.
El Salmo 127 nos recuerda la alegría que surge de vivir en los caminos del Señor: “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos”. Este salmo describe la belleza de la vida familiar, comparando a los hijos con renuevos de olivo alrededor de la mesa, una imagen de unidad y prosperidad. Es un recordatorio de que la verdadera felicidad se encuentra en construir hogares fundamentados en la fe y en el temor de Dios.
En la segunda lectura, San Pablo, en su carta a los Colosenses, nos exhorta a revestirnos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Estas virtudes son esenciales para la vida en familia y deben transmitirse a las nuevas generaciones. En un mundo que con frecuencia se caracteriza por el egoísmo y la violencia, estamos llamados a perdonarnos mutuamente y vivir en unidad. San Pablo también resalta la importancia del amor como el vínculo perfecto que una todas las virtudes. Además, nos recuerda el rol de los esposos y padres: los maridos deben amar a sus esposas, las esposas ser comprensivas con sus esposos, y los padres no deben provocar a sus hijos ni causarles desánimo.
En el Evangelio según San Lucas, contemplamos el episodio en el que Jesús, con 12 años, peregrina junto a María y José a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Al regresar, María y José se dan cuenta de que Jesús no está con ellos y, llenos de angustia, lo buscan durante tres días. Finalmente, lo encuentran en el templo, dialogando con los maestros de la Ley. María, preocupada, le dice: “Hijo, ¿por qué nos ha hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús responde: “¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”.
Este pasaje nos revela a un Jesús que empieza a manifestar su misión divina. Aunque María y José no comprendieron del todo estas palabras, María, con humildad, guardó todo en su corazón. Este gesto de María nos invita a meditar y confiar en Dios incluso cuando no entendemos del todo lo que ocurre en nuestra vida.
El Evangelio concluye diciendo que Jesús “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”. Esto es también una invitación para nosotros: crecer en sabiduría, paciencia y fe. Aprendemos que nuestra misión es vivir en paz con Dios y con nuestros hermanos.
Queridos hermanos, la Navidad no es solo para los niños, es un tiempo de reconciliación y paz. Si en nuestras familias hay tensiones o divisiones, pongámonos de rodillas y oremos al Señor para que nos conceda la paz. No hay mayor desastre para la humanidad que la guerra, ya sea entre naciones, amigos o familias. El perdón es el primer paso para construir la paz, y debemos pedirlo a Dios con humildad.
Hoy, al celebrar a la Sagrada Familia, pidamos a Jesús, María y José que nos ayuden a vivir como ellos: en humildad, sencillez y alabanza al Padre. Que Cristo, que siempre está cerca y presente en el prójimo, nos guía para fortalecer nuestros hogares en el amor y la fe.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros. Rezad también por mí, para que pueda vivir este espíritu en mi propia vida. Muchas gracias y que tengáis un bendecido día.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Palacio
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