¿Por qué debemos defender la institucionalidad?
La democracia se basa en instituciones representativas y funcionales enfocadas en el bienestar ciudadano, la justicia, el respeto a las libertades civiles y a las normas de convivencia social. Un Estado sin instituciones democráticas puede ser una caricatura de sociedad, una dictadura o un régimen esclavista y avasallador.
El Perú está en un proceso de consolidación republicana. Las dictaduras militares o civiles siempre han debilitado sus instituciones. Los períodos de democracia sirvieron para reconstruirlas, rediseñarlas y empezar a fortalecerlas. Sin embargo, ad portas del bicentenario, la institucionalidad democrática sigue amenazada. Esta vez, no por la mano de dictadores con botas o fusiles, sino por la debilidad o la impericia de quienes tienen el deber de defenderla y fortalecerla.
Nuestro Estado democrático tiene tres pilares institucionales: Poder Ejecutivo, Congreso de la República y el Poder Judicial. Los directores de orquesta de los primeros son elegidos por el voto de la mayoría ciudadana, y el tercero está conformado por un alambicado proceso de selección donde influye, para bien o para mal, los intereses de quienes gestionan temporalmente el Ejecutivo y el Legislativo.
Un cáncer que viene destruyendo progresivamente la institucionalidad democrática es la corrupción. Ninguna sociedad en el mundo está libre de ella pero las más avanzadas han conseguido –mediante el fortalecimiento de sus instituciones– diezmarla. Obviamente, la clave es un buen sistema de justicia y liderazgo para la gestión eficiente de un Estado con enfoque ciudadano.
Es por ello impostergable que en el Perú, la mayoría ciudadana exija a su clase política –aquella que con su voto le gira un cheque en blanco periódicamente para que administre decorosamente el Estado–, fortalezca la democracia representativa (reforma política y electoral) y su sistema de justicia, como única garantía para alcanzar los objetivos centrales: elevar la calidad de vida de los peruanos.
Si los que hoy administran temporalmente los tres poderes del Estado peruano no tienen la entereza y la convicción de asumir su rol reformador para diezmar la corrupción y reencauzar los esfuerzos en fortalecer la institucionalidad democrática, deben dar un paso al costado y dejar el espacio para quienes sí asuman ese reto histórico.
Mientras tanto, la ciudadanía debe estar atenta y más consciente de lo que elige en el menú electoral que se le ofrece periódicamente. Basta ya de elegir a quienes ofrecen el oro y el moro, a sabiendas que para lograr el bienestar general lo primero que uno debe exigir es el respeto a las instituciones, pues son los únicos instrumentos que en democracia pueden ayudarnos a conseguir que el Perú avance hacia ese ansiado objetivo.