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¿Pollo vivo o pollo muerto?

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Fecha Publicación: 19/05/2022 - 22:30
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Lamentablemente para todos los gays (se sientan parte del colectivo LGTB o no) que aguardan desde hace años que la unión civil entre personas del mismo sexo se haga realidad en el Perú, todo apunta a que el actual proyecto presentado no verá la luz del día y será encarpetado. Y esto porque, siendo la política el arte de lo posible, no existe ningún consenso sobre este tema en el Congreso dada la correlación de fuerzas en la composición de las bancadas que conforman el Parlamento. Más aún cuando el respetable congresista Alejandro Cavero, autor del proyecto de ley, parece haber hecho todo lo que está en sus manos para enemistarse con la sociedad civil conservadora, a la cual, en vez de intentar convencerla de que la unión civil no es la puerta abierta para el matrimonio gay, ha preferido confrontar en un estéril intercambio de adjetivos (“sectas”), bloquear en redes sociales a sus integrantes y hasta asimilarlos a los comunistas de Perú Libre. Esto ha terminado por echar tierra sobre el ‘chicken little project’, pues estas organizaciones conservadoras están representadas en el Parlamento en razón de una mayoría que actuará consecuentemente con sus representados.

Yo mismo estoy de acuerdo con la unión civil, pero sé perfectamente que el tema no llegará a ver la luz del día por todo lo antedicho y que, por lo tanto, quienes quieren favorecer los derechos de cierta minoría deben asimilarla a los de una mayoría, tal como hacía el proyecto de ley de unión solidaria de la excongresista Martha Chávez. Este proyecto corresponde a un concepto francés llamado “pacte de solidarité”, que fue hecho para todo tipo de personas con el fin principal de proteger sus derechos patrimoniales.

Lo cierto es que, a pesar de que dicha figura no contemplaba temas como la patria potestad y sus sucedáneos —una espina en cualquier proyecto de ley que pretenda otorgar derechos a la unión civil de personas del mismo sexo—, el modelo francés resultó tan bueno que, en sus diez años de vigencia, quienes más lo utilizaron no fueron las parejas homosexuales sino las heterosexuales, al poder beneficiarse con una serie de derechos patrimoniales, sucesorios y de mutua asistencia sin pasar por el matrimonio.

Así pues, dada nuestra realidad política y social, el proyecto de Martha Chávez era el más indicado para haber sido desempolvado del archivo. Sin embargo, gracias al maximalismo que subestima la realidad e intenta subyugarla a unos “principios” recalcitrantes, el proyecto está siguiendo el mismo camino que ya fracasó en anteriores legislaturas, cuando se gritaba “matrimonio o nada”.

Huelga decir que, en un principio, la unión civil que proponía el congresista Alejandro Cavero se percibía como una suerte de término medio, pero no solo no lo sería, sino que para el sector conservador y ciertos liberales parece, incluso, hermanada con el matrimonio que exigen ciertos colectivos radicales, debido en parte a ásperos intercambios de argumentos “intelectuales” en el foro público.

La conclusión es que el principio de la realidad siempre prima sobre cualquier buen deseo en la política. Quien habla tiene experiencia sobre las consecuencias que trae la excesiva autoconfianza y soberbia intelectual. Solo pido a Dios que estas lecciones sirvan también para los políticos bisoños.

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