Política y economía
Érase una vez un país al que exportábamos US$ 1,200 millones. Hoy en día, los US$ 27 millones despachados son un triste testimonio de un mercado que, prácticamente, salió de nuestro mapa. Éramos miembros de una comunidad hasta el 2016, mantuvimos un comercio libre hasta el 2011. En 10 años (entre el 2002 y el 2012), nuestros envíos se multiplicaron por 10 y en 6 años se redujeron al 2%.
¿Cómo se puede explicar este resultado? ¿Por la economía o por la política? Nos referimos a Venezuela, uno de nuestros más importantes socios comerciales hace seis años, que eligió un modelo de desarrollo que dio lugar al levantamiento de barreras al comercio y que, finalmente, lo ha sumido en una profunda recesión e inestabilidad.
Esta no es una columna de análisis político, pero sin duda las decisiones políticas tienen incidencia en lo económico, y muchas veces las consecuencias son muy lamentables. Por eso es necesario advertir situaciones en las que la ‘desinteligencia’ política genera consecuencias absurdas en las que todos terminamos perdiendo.
Recordemos la frase pronunciada por el presidente de Venezuela de ese entonces, Hugo Chavez al oficializar su retiro de la CAN. Dijo que la negociación del TLC con Estados Unidos "propiciará el beneficio de las transnacionales por encima de los pequeños productores". Muy lamentablemente, esa concepción política los ha llevado a un absurdo económico.
Nuestra economía está lejos de tener una crisis económica como la venezolana, pero sí puede tener ciertos focos de confusión política que derivan en absurdos económicos. Sin ánimos de alarmismo, debemos considerar que indicadores como el bajo ritmo de crecimiento económico, el incremento del desempleo y la pobreza y la alta informalidad son reflejo de varias situaciones en las que no nos ponemos de acuerdo porque, de una manera u otra, no sabemos superar las diferencias políticas.
Los conflictos mineros, la concesión de permisos de pesca, la falta de acuerdos en el CNT, las formas traumáticas de fiscalización tributaria y laboral, y la resistencia a reformas institucionales pueden parecer focos de crisis muy puntuales, pero juntas y sumadas a los debates en torno a las reformas del sistema judicial y político, configuran un entorno complejo que se refleja en la pérdida de competitividad y menores inversiones y que, si no es abordado, podría devenir en problemas económicos mayores.
Para que el Perú pueda superar las trabas estructurales e institucionales que frenan su desarrollo tenemos que establecer vínculos de confianza fundamentales para que, así como somos una de las economías más estables del mundo, también podamos recuperar el ritmo de crecimiento de la década pasada y ser pronto una economía desarrollada. No desperdiciemos las lecciones.
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