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Petro, agente provocador

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Fecha Publicación: 13/08/2025 - 22:00
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Tengo poco o ningún aprecio al presidente de Colombia, Gustavo Petro, que deliberadamente y con el objeto de ocultar graves problemas internos de su gobierno, pretende generar un problema limítrofe con el Perú, aduciendo que la isla Santa Rosa, en la margen peruana del río Amazonas, conforme al Tratado Salomón-Lozano y el Protocolo de Río de 1934, es ocupada indebidamente por nuestra patria. Se trata de una gran mentira, que el gobierno peruano rechaza de manera contundente y serena, pero que nos obliga a redoblar la defensa de nuestra soberanía en esa zona cercana a la llamada triple frontera con Colombia y Brasil.
Nuestra patria, la República del Perú, tiene un extenso territorio del orden de los 1 285 000 km², que en el curso de nuestra bicentenaria historia ha sufrido tres grandes pérdidas territoriales: Tarapacá y Arica con Chile, y el Trapecio Amazónico con Colombia. Son pérdidas irreversibles respecto de las cuales no podemos hacer nada para corregirlas. Sin embargo, también hemos tenido ganancias territoriales, particularmente con el Ecuador, donde salimos bien librados en extensión territorial, quizás más en cantidad que en calidad, según el testimonio autorizado del geógrafo norteamericano George McBride, asesor del gobierno de los Estados Unidos en esa materia.
En la semana pasada, el presidente Gustavo Petro, de Colombia, asediado por problemas internos, no se le ha ocurrido nada mejor que acusarnos de ocupar indebidamente la isla de Santa Rosa, que es parte de la soberanía territorial conforme al Tratado Salomón-Lozano de 1922 y el Protocolo de Río de Janeiro de 1934.
Los temas limítrofes son siempre delicados e importantes, que deben ser manejados con prudencia y con firmeza, lo que requiere, a su vez, disponer de Fuerzas Armadas que, llegado el improbable caso, rechacen una agresión del exterior. Basta con examinar un mapa del Perú o de Colombia para poder apreciar nuestra extensa frontera a lo largo del río Putumayo y, en mucho menor extensión, en la base del trapecio que tiene como frontera el río Amazonas. A esa característica geográfica debemos agregar el carácter meándrico de los ríos amazónicos, que con frecuencia cambian de cauce.
Ahora aparece la ciudad y puerto de Leticia, que en un tiempo fue peruana, pero que por efecto de los tratados antes mencionados pasó a ser colombiana. El Perú respeta la soberanía colombiana sobre dicha ciudad fronteriza, en la cual se han construido instalaciones portuarias que, por efecto de la cambiante naturaleza, corren el peligro de convertirse en un “puerto seco”. A su vez, el gobierno colombiano debe respetar la soberanía peruana en las islas de Chinería y de Santa Rosa, a veces unidas en una sola extensión continua, a veces separadas por la fuerza de la naturaleza.
Termino con las palabras de mi padre, Víctor Andrés Belaunde, uno de los firmantes del Protocolo de Río de 1934 y luego embajador en Colombia, con la misión de que ese país lo ratificara:
“La diplomacia, como la guerra, supone un drama, una lucha y un misterioso concurso de circunstancias”.
Hoy, más de 90 años después de la vigencia del tratado que fijó nuestra frontera con Colombia, no solo debemos respetarlo, sino también luchar para que lo respete nuestro vecino, en resguardo de nuestros pueblos y por la paz de América.

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