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Pena de muerte: crímenes judiciales

Fecha Publicación: 16/03/2020 - 20:10
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El argumento que más fuerza me hace, para no permitir la pena de muerte en el Perú se halla en el riesgo del crimen judicial. No se puede confiar en nuestros jueces. En el virreinato la hoguera inquisitorial; en la República el fusilamiento del Vizconde de San Donás (1824); el fusilamiento “entre dos luces” de mi tío bisabuelo el General Francisco Valle-Riestra, ministro de Guerra de Orbegoso (1836); los fusilamientos de Chota, los fusilamientos de cientos de compañeros en Trujillo (1932); el fusilamiento de los ocho marineros, nos previene contra la judicatura. Se dirá que fueron casos políticos. No interesa. Fueron aberraciones en las que intervinieron jueces comunes y castrenses, aunque hubieran sido simulacros de juicios. Y en lo estrictamente extrapolítico se debate hasta hoy si Jorge Villanueva Torres, llamado “Monstruo de Armendáriz”, fue el autor del asesinato y violación de un menor en 1956.

El juez instructor del caso, Carranza Luna, al presenciar la ejecución en la penitenciaría, el 13 de diciembre de 1957, se le exorbitaron los ojos y tuvo que ser operado. Por terror. Y el forense de ese afer, Dr. Víctor Maurtua, declara, cincuenta años después, que su tesis es que la causa real de la muerte del menor fue un atropello automovilístico. Aquí los jueces no juzgan conforme al expediente, sino conforme a los dictados de la prensa, y a su comodidad burguesa de preferir su puesto a la justicia. El emblemático caso Sacco y Vanzetti. El 15 de abril de 1920, Federico Parmenter y Alexander Bernardelli iban por la calle principal de South Baintree, en Massachussets. Eran pagadores de la fábrica de calzado Slater & Morill y llevaban consigo en dos pequeños cofres unos 15,000 dólares, pero antes de llegar a la puerta de la fábrica fueron atacados y muertos a tiros.

Un coche en el que iban más miembros de la banda recogió a los autores, quienes echaron los cofres del dinero dentro del vehículo, subieron, y a toda velocidad cruzaron unos rieles cercanos y desaparecieron. Sucedió alrededor de las tres de la tarde ante docenas de testigos. Fueron arrestados, en mayo de 1920, Sacco y Vanzetti, dos inmigrantes, quienes sin pruebas fueron condenados a muerte fundamentalmente por ser latinos y profesar ideas anarquistas. Se les sentenció en junio de 1921 y se les ejecutó en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927. Años más tarde, un condenado a la pena capital en Massachusetts confesó ser el autor del crimen.