Peligrosa polarización desde palacio
El programa diseñado por los genios de palacio de gobierno semeja un queso gruyere por el sinnúmero de huecos que contiene. Siendo el principal haber dividido, al menos Lima, en dos ciudades. Una de los segmentos altos y medios y otra de los pobres. Mientras a la primera se la obliga compulsivamente a cumplir decretos de emergencia que restringen la circulación de personas y prohíben el tránsito de vehículos sin pases oficiales, a la Lima de segunda se le permite todo. Suerte de bipolaridad a la peruana, que refleja el populismo del régimen Martín Vizcarra manifestado a su más elevada potencia, en plena pandemia planetaria. “Los pudientes y las clases medias que se sometan a nuestros ucases, para lograr amainar las estadísticas oficiales sobre los contagios del Covid-19; y la plebe que haga lo que le dé la gana y mueran miles, si quieren, con tal que no cese de aplaudirnos y su contaminación no figure en el registro de los contagiados”, parecería ser el raciocinio oficial. Para ejecutar esta perversidad, el gobierno concentra el control policial en la Lima clase A/B, pretendiendo exhibir con ello un talante profesionalmente “preocupado” por la población; aunque que para esas capas C/D/E sencillamente no existe vigilancia ni mucho menos llegan las autoridades. Allá deberá continuar campeando la ley de la selva para que la gente siga haciendo lo que le dé la gana, sin importarle a Vizcarra que nueve millones de limeños están desfilando a pasos agigantados hacia una vía de contagio masivo de pronóstico letal. Una terrible demostración de desdén a la vez que una claudicación demagógica ante las capas desfavorecidas que, sin duda, le asegura réditos políticos a un régimen que sólo busca pegarse al poder.
Los programas matutinos de la televisión reflejan, en todo su esplendor, este dualismo pervertido. Avenidas situadas en barrios populares donde la afluencia de gente que va a su trabajo es insólitamente masiva –en pleno apogeo de período expansivo del virus de marras– y el control de la Policía es inexistente, permitiendo que circulen libremente masas los colectivos y/o combis que no cuentan con permiso para hacerlo, atiborrados de pasajeros que viajan uno encima de otro –como procurando algún contagio mortal– en unidades destartaladas conducidas por choferes impresentables probablemente sin licencia para manejar. Pero esta afrenta es posible sólo porque la Policía –inclusive el Ejército– que digita palacio de gobierno no aparece por las calles, plazas y avenidas que entrecruzan la Lima de los menesterosos. En contraste con tamaña grosería –que provoca la expansión del Covid-19 entre los pobladores de una Lima de segunda– las arterias ubicadas en los suburbios residenciales lucen saturadas de vigilancia, tanto policial como militar, con ordenes implacables de parar a todo vehículo y cada peatón exigiéndoles los respectivos permisos de circulación. ¿Por qué privilegia este gobierno la supervisión policial/militar en los barrios más favorecidos, y suprime esa custodia en los suburbios pobres de Lima Metropolitana?
Algo anda sociopolíticamente muy mal en el país. Y este régimen está ahondando ese deterioro a niveles de verdadero escándalo.