Par de Ases

Publicarla como saludo, aun después del cumpleaños, la foto que abre la Crónica mantiene su interés al tener un par de Ases con más valor que muchas tricas, escaleras, un full o una Royal, y si no es exagerar, hasta que un póker de reyes. Tenerla costó enfrentarme a mi casi cotidiano desparrame de cajas, sobres y cajones donde anidan, refugian y con denuedo se defienden de polillas y un momentáneo olvido, cuadernos con mis dibujos y de mano ajena, recibos, recortes de periódicos y revistas con mis textos y fotografías, todo, recordándome lo que hice y dejé de hacer. Este último torneo sin cota ni yelmo tenía el buscado premio que abre la Crónica, premio con varios años de conseguido que no han provocado deterioro físico en el papel ni talla de este Par de Ases, que juntan llevan y son Oros y Espadas. Traerlos a Crónicas tiene mucho de recuerdos, de respeto, de aprecio a su hacer y ser lo que han sido cuando he podido estar cerca y conocer ese tono, esa palabra que puede trazar a quienes el diploma, medalla, pedestal, honores son espejo del trabajo realizado de la certeza con que conocen y aceptan ser lo que son y crearon. Por eso de ellos no hay ni dejarán vestigio de arrogante presunción ni fatuo empinarse sobre el frágil laurel.

Conocí a Mario Vargas Llosa, 1978, en Piura. Coincidimos como concurrentes al Festival del Tondero que organizaba Zelmi Rey, estupenda folklorista nacida en Trujillo y con notable acción en Piura. Una mañana en el hall del hotel, en que por coincidencia nos hospedábamos, atendía a un grupo de jóvenes universitarios, me acerqué. Le preguntaban con interés, les respondía con una calma sin sobre tono. El y Patricia estaban invitados; yo como parte de Lundero, suplemento mensual del diario La Industria de Chiclayo, en la siguiente edición publicó una crónica del Festival. Escogimos con Marigola Cerro, directora de Lundero, quien también estuvo en el Festival, algunas fotografías que tomé en la pista de concurso. Ella, se las envió o llevó, él con gran gentileza les puso interesante pie de imagen. Unos años después volvimos a encontrarnos en la Universidad de Lima y una comida en casa de Maki. Siempre con la misma cordialidad que en Piura.

Con Fernando de Szyszlo, más directo Szyszlo, como está escrito en la historia de la pintura peruana contemporánea, tuve más ocasiones de vernos y conversar, las primeras fueron Escuela de Artes Plásticas de la Católica, donde enseñaba. Con los alumnos, como Mario en Piura, tenía esa fluida comunicación de maestro amigo con conocimiento, experiencia, seguridad y ese saber lo que es, sin necesidad de inflar el buche y cacarear. En octubre del 2006, a sugerencia del embajador y amigo Oscar Maúrtua de Romaña, entonces ministro de Relaciones Exteriores, presenté mi exposición Pequeñas Miradas – Paseo Chalaco, en la Sala José Gregorio Paz Soldán del Centro Cultural Inca Garcilaso, del Ministerio. Creí, con convencimiento, que para el Centro y la Sala merecía una presentación acorde. Szyszlo era el preciso. Le digo, el 13 expongo en Inca Garcilaso. Responde, una lástima, no podré hablar, ese día estaré en Nueva York. Sigo, pero en realidad no quiero que hables, me gustaría que escribas. Dándome una medida de su responsabilidad y calidad, sumó, lleva las fotos a casa para verlas. Digo, las tengo de hasta metro ochenta. Responde, trae copias chicas. Y así fue, las llevé, las vio, preguntó, para cuándo necesitas el texto. Para próximo jueves. Vienes a buscarlo, te lo dejo en un sobre, ya estaré fuera. Y así fue. Pasé y lo recogí. Leo el texto con interés. Después de la introducción hablando de vínculos entre pintura y fotografía, da su visión de mi trabajó que cerró con “Que si nos perturban es por el poder que tienen las imágenes de hablarnos sin que podamos poner en palabras lo que nos dicen, que finalmente es como si entráramos al reino de la pintura y de la música”. Texto que por su seriedad sin sobajeo he usado en posteriores exposiciones. Hoy, con la foto abridora, son parte de mis queridas pertenencias.

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