País de derechos sin deberes
Nuestra mayor barrera como país viable es que la cobardía, incapacidad e idiotez de sucesivos gobernantes ha institucionalizado la informalidad como medio de existencia. A tal extremo que más del 70 % de nuestra economía –y posiblemente un porcentaje semejante de la vida cotidiana del peruano– funciona al margen del Estado. Vale decir que en esta nación opera la más rancia de las informalidades. Una coyuntura complejísima de revertir, si seguimos aceptando que las autoridades privilegien la condición de pobreza al cumplimiento de las leyes, en vez de obligar a que ambas coexistan como realidades naturales de nuestra sociedad. “Soy pobre, no puedo pagar las papeletas”. “Soy pobre, no puedo pagar las licencias municipales”. “Soy pobre, no puedo pagar impuestos”. “Soy pobre, etc., etc., etc.” Esta es la absurda, incivilizada realidad que, salvo contadas excepciones, nos han impuesto aquellos personajes que prometieron gobernar el país para bienestar de todos. La medianía de tanta gente que ha administrado el Perú durante el último medio siglo ha validado un karma perverso: que la pobreza es carta blanca para soslayar la ley. Vale decir, para vivir al margen del Estado; en la in-for-ma-li-dad. Más grave aún, para perdurar en esa in-for-ma-li-dad.
En consecuencia, mientras no cambiemos de paradigma –borrando el modelo actual, por el cual los pobres tienen patente de corso para subsistir al margen de la ley (más claramente al margen del Estado), y consecuentemente reimplantando aquella regla de oro que impone que todos los ciudadanos están obligados a acatar las leyes–, pues será improbable resolver el brutal caos de la informalidad en que vivimos.
Pero claro, ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Acaso en la zurda –que se autocalifica de defensora del pobre– alguien se atrevería a permitir que un gobernante con dotes de estadista y pantalones bien puestos derogue esta monserga que los menesterosos no están obligados a cumplir las normas? ¿O usted, amigo lector, cree posible alguna eventualidad de que el presidente Martín Vizcarra haga algo por erradicar esta cultura de los Pepe el Vivo, que se aprovechan de la pobreza usándola como escudo farsante para mofarse de las leyes? ¡Por favor! Seamos más conscientes. Si no iniciamos una verdadera cruzada para combatir la informalidad el país continuará por el despeñadero del atraso vicioso que genera este subproducto principalísimo de la corrupción.
La coyuntura es complejísima. Hemos alcanzado unos niveles de irrealidad alucinante. Veamos. El nuestro es un país sumamente inculto producto de esa pésima educación pública impuesta por tanto cacaseno trajeado de ministro del ramo. Sin embargo, acá prima un sistema democrático cien por ciento hiper primermundista. Algo obviamente utópico, absurdo para una sociedad infraeducada. Porque descalifica el sentido de real correspondencia que debe prevalecer entre deberes y derechos, siendo una sociedad evidentemente desprovista de principios éticos, cívicos y sociales por su escasez de cultura. La gran mayoría de peruanos sólo demanda sus derechos, mientras rechaza acatar sus deberes. Si seguimos como estamos –sin que las normas sean mandatorias para todos– el Perú permanecerá hundido en el pantano de la miseria.