Optimismo que no paga las cuentas
Hace unos días, mientras esperaba un taxi bajo la lluvia limeña, escuché a dos jóvenes discutir sobre cómo estirar su sueldo frente al alza de precios. Uno de ellos decía: “Si el gobierno proyecta que todo crecerá 3 %, ¿por qué yo siento que mi billetera se encoge?”. Esa frase refleja una distancia cada vez más grande entre las cifras oficiales y la vida cotidiana.
¿De dónde salieron esas dudas? La presidenta Dina Boluarte ha asegurado que hoy los peruanos tenemos una mejor capacidad adquisitiva, como si todos vivieran en un país distinto gracias a su gestión.
El informe más reciente del Consejo Fiscal cayó como un baldazo de realidad: todo se está proyectando sobre bases poco realistas y endebles. El gobierno habla de un crecimiento de 3,5 % en 2025 y de 3,2 % en 2026, cuando el potencial de nuestra economía apenas roza el 2,7 %. Diseñar presupuestos sobre ese optimismo equivale a gastar hoy lo que mañana no existirá, a construir castillos en la arena justo antes de que suba la marea.
La historia se repite en diferentes rincones. Un emprendedor que abre un pequeño restaurante en Villa El Salvador se enfrenta a licencias, permisos y fiscalizaciones interminables. Incluso si su negocio prospera, se entera de que el Congreso ha aprobado una nueva exoneración tributaria que reducirá los ingresos del Estado, mientras a él no le perdonan nada. Desde 2023, se aprobaron al menos 20 leyes que restan recaudación y apenas 11 fueron observadas.
El Consejo Fiscal advierte que en 2025 es muy probable que no se cumplan las reglas fiscales que limitan déficit y gasto, y que el ajuste recaerá en el próximo gobierno. Lo grave es que nos hemos acostumbrado a vivir de esa manera. Lo que falla no es un Excel mal hecho, sino la responsabilidad política. Las cifras se usan como argumento de campaña, no como un plan realista de gestión. Cuando se proyecta un déficit “al filo” del límite permitido, cualquier shock externo —una caída de precios de minerales, una crisis política— puede empujarnos al incumplimiento. Y eso significa más caro crédito para el Estado, menos inversión para las empresas y menos empleo para la gente.
La paradoja es evidente: se repite que creceremos gracias a proyectos mineros e infraestructura, pero ni uno ni otro avanzan. El país proyecta sobre papel lo que en la realidad está detenido: los proyectos mineros tardan 40 años en promedio y la ANIN no tiene dinero.
Quizá hemos normalizado que el Estado gaste lo que no tiene y que la política use el presupuesto como arma. La imagen de esos dos jóvenes bajo la lluvia debería bastar para recordarnos que la economía no son porcentajes. Son decisiones diarias de millones de peruanos que ajustan su vida para sobrevivir.
Si seguimos creyendo en un optimismo que no paga las cuentas, nos arriesgamos a perder credibilidad y, lo que es peor, esperanza.
Mira más contenidos en Facebook, X, Instagram, LinkedIn, YouTube, TikTok y en nuestros canales de difusión de WhatsApp y de Telegram para recibir las noticias del momento.