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Oliva, o el largo camino de su ausencia

Fecha Publicación: 20/01/2024 - 20:20
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“¿Qué hago? Te preguntabas, indecisa, con este hijo/
yo pretendía iluminarte el mundo a punta de versos/ yo, el primogénito de la familia
/ el hijo descarriado/ la oveja negra/ el eterno hijo pródigo que iba y venía/ y jamás se detenía/ el eterno navegante del diluvio/ el solitario pasajero de la lluvia/ el último reducto de la noche, y en la noche/ ya no cantan los búhos a la luna”, le escribió a Carmen Valenzuela, su madre, Carlos Oliva, el poeta de Neón, el poeta urbano, marginal, el hijo de una época que hizo de Lima su verso más perturbador.

Supe de él en 1992 cuando ganó un concurso de poesía, después por sus compañeros de grupo con quien hizo de esta ciudad la sede de sus happening, y luego, en 1999, cuando me incorporé al segundo momento de una propuesta que reunió a otros jóvenes que inconformes fueron más allá de sus disciplinas, no por rebeldía, sino para afirmar una vocación que nos exigía a tiempo completo. Su poesía nos enseñó que éste era un oficio a tiempo completo.

“Lima o el largo camino de la desesperación”, fue el primero de una serie de libros que hicieron de la capital el punto de apoyo para reconocer la identidad de una generación que estuvo cruzada por el coraje y la voluntad de poner el pecho a una de las épocas más siniestras de la república: la década de los noventa, la década de la autocracia fujimorista, la década de las marchas contra la corrupción, la década de los cochebombas y los desaparecidos, la década de la convulsión chicha, la década de los psicosociales, la década de la prensa amarilla, la década de los vladivideos, de las órdenes de captura por atentar contra el orden y la tranquilidad pública, la década que inauguró Carlos Oliva en un país que nos entregó la más abyecta clase política.

En su homenaje, a treinta años de su ausencia, Carlos murió atropellado el 24 de enero de 1994, en la Av. Zarumilla, con los poetas Mesías Evangelista y Luis Espejo, estamos preparando la publicación de un testimonio y antología poética con el que pretendemos recuperar la voz del último de nuestros malditos.

“Aunque termine de bruces sobre la vereda nada se habrá callado/
si es que no me he callado/ ahora que la duda es una brasa ardiente/ entre mis manos ardientes/ que se atreven a dibujar/
este bello fulgor/
de mi hoguera desencadenada”. No te has callado, Carlos. Aquí te escuchamos con la furia del Rímac, de tu centro histórico, con la matemática pura con la que aprendimos a sortear el espanto, la lumbre de estos años apocalípticos; “risueños, ilusionados/ y sin más palabras/ que estos versos sin frenos por las avenidas”.

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