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Ojo con el populismo y la reelección en El Salvador

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Fecha Publicación: 18/09/2022 - 22:20
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Con especial preocupación se viene observando la forma como se comportan las autoridades gubernamentales, en América Latina y el Caribe que, abusando de la desinformación ciudadana, así como del desconocimiento de las normas constitucionales que regulan la alternancia en el ejercicio de la presidencia de la república, se continúa abusando groseramente de la popularidad en el ejercicio del cargo.

El presidente salvadoreño, Nayib Armando Bukele Ortez, quien asumiera el cargo el 1 de junio de 2019, el pasado jueves 15 de septiembre anunció su deseo, en atención “al reclamo de su pueblo”, que se presentará nuevamente como candidato presidencial para el periodo inmediato posterior al presente; es decir, para el que se inicia en el 2024.

Es decir, de nada sirve lo exactamente establecido en la Constitución de El Salvador de 1983, que, en su artículo 154, establece que “El periodo presidencial será de cinco años y comenzará y terminará el día primero de junio, sin que la persona que haya ejercido la presidencia pueda continuar en sus funciones ni un día más”.

Fue la Sala Constitucional de la Corte Suprema de El Salvador, integrada por magistrados que fueron elegidos por los parlamentarios que responden a los intereses del régimen actual la que, violentando las disposiciones constitucionales vigentes, falló declarando que Nayib Bukele estaba habilitado para postular a las elecciones del 2024.

Esto significa que los magistrados de la mencionada Sala en lo Constitucional, para satisfacer las aspiraciones del gobernante de turno, han vulnerado con singular descaro su independencia y autonomía en base a la cual deben ejercer su función, generando una modificación de hecho del sistema de gobierno; cuando en su artículo 248 de la Carta salvadoreña se precisa que “No podrán reformarse en ningún caso los artículos de esta Constitución que se refieren a la forma y sistema de gobierno, al territorio de la República y a la alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República”.

Es verdad que, actualmente, por una serie de decisiones, muchas de ellas justificadamente criticadas, el presidente Bukele tiene un alto grado de popularidad, la cual constituye ser un populismo que viene caracterizando su accionar como jefe del Ejecutivo.

Y es precisamente el uso del populismo el que, como un cáncer que acompaña el actuar político de los pueblos de esta parte del continente, continúa carcomiendo las columnas en las que se sostienen los sistemas democráticos en nuestros países. Razón por la cual seguimos teniendo una democracia de papel; es decir, escrita en la norma, pero no aplicada en la realidad.

Uno de los elementos más importantes que caracterizan a las democracias, y que expresamente lo recoge la Constitución salvadoreña, es la alternancia en el ejercicio del poder. Por este motivo, considero que ya es tiempo para que en nuestros países se comience a considerar la necesidad de eliminar la reelección presidencial, pero en forma absoluta; es decir, la persona que llegue una vez a la presidencia de la república nunca más en su vida debe serlo nuevamente.

Si se logra tomar esa decisión, nos aseguramos, entre otros, varios efectos positivos, como, por ejemplo:

1. Se evita que se genere el culto a la personalidad, derivado del comportamiento del gobernante que se considera que nadie lo puede reemplazar, por cuanto considera que no hay otro mejor que él.

2. Se promueve el fortalecimiento de los partidos políticos; por cuanto, indirectamente, se les motiva a que tienen que trabajar para formar y preparar nuevos cuadros de miembros, que tengan condiciones y capacidades para continuar el trabajo de sus antecesores en el ejercicio de la función pública.

3. Se logra orientar la conducta del elector o sufragante para que, al momento de votar, lo haga en consideración al partido político que presenta el candidato y su programa de gobierno, y no en función de la persona que postula.

4. Se evita que se sigan creando nuevas organizaciones políticas, las cuales aparecen en función de la imagen y cariz de una persona que se considera “presidenciable” pero, como es evidente, su existencia es efímera.

Como la esperanza es lo último que se pierde, no pierdo la esperanza que así sea.

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