“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”
Queridos hermanos, nos encontramos en el Cuarto Domingo de Adviento, un momento de preparación y esperanza porque la Navidad está cerca. En la primera lectura, el profeta Miqueas nos dirige una palabra profunda: “Tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá el que ha de gobernar Israel”.
Esta profecía nos habla de Belén, una ciudad humilde y pequeña, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida por Dios para ser el lugar donde nacerá el Mesías. ¿Cómo es posible que algo tan grande salga de un lugar tan pobre? Esto nos llena de esperanza, porque también nosotros, con nuestras fallas, pecados y limitaciones, somos llamados a acoger al Salvador. Dios quiere pastorear nuestras vidas y ser nuestra paz. Por eso, hermanos, la Navidad no es un cuento infantil, sino la respuesta de Dios a nuestras ansias de paz y reconciliación.
El Salmo responsorial, tomado del Salmo 79, es una súplica que expresa nuestro deseo de salvación: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. El Señor es nuestro pastor, quien nos da vida para que invoquemos su nombre y nos restaurante en su amor. Él nos llama a ser como una viña bien cuidada, una viña que produce frutos de justicia y bondad. A través de este salmo, renovamos nuestra confianza en que Dios está cerca y actúa con poder para salvarnos del pecado y de la muerte.
La segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos recuerda que Jesús vino al mundo no para pedir sacrificios ni ofrendas, sino para cumplir la voluntad de Dios. “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, proclama Cristo. Dios no viene a exigirnos cosas materiales ni actos externos, sino a darnos sentido y plenitud. Jesús nos muestra que la verdadera vida está en cumplir la voluntad de Dios, no en seguir nuestros caprichos o deseos. Esto nos desafía a examinar nuestras vidas: ¿hacemos la voluntad de Dios o nos dejamos llevar por lo que nos apetece?
En el Evangelio de San Lucas, vemos a María como ejemplo de alguien que dice “sí” a la voluntad de Dios. Después de la anunciación, en la que el ángel le revela que será la madre de Jesús, María no se queda inmóvil; “se levantó y se puso en camino con prontitud”. Su destino era la montaña, hacia una ciudad de Judá, donde vivía su prima Isabel.
Este encuentro entre dos mujeres embarazadas está cargado de significado. Ambas esperan hijos que cambiarán la historia: Isabel, a Juan el Bautista, y María, al Salvador. Al entrar María en la casa de Isabel, esta última, llena del Espíritu Santo, exclama con alegría: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”, Isabel reconoce la grandeza de María y, sobre todo, la presencia de Jesús en su seno.
La criatura en el vientre de Isabel, Juan el Bautista, salta de alegría. Este salto es una expresión de gozo profundo, porque Jesús, el Salvador, ya está presente entre nosotros. Isabel añade: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Esta bienaventuranza es también para nosotros si creemos en la palabra de Dios y permitimos que Él transforme nuestras vidas.
Queridos hermanos, María nos enseña a acoger a Jesús con fe y humildad. Así como María dio su “hágase” al plan de Dios, nosotros estamos llamados a abrir nuestro corazón para que Cristo nazca en nuestra vida y nos convierta en una criatura nueva. La Navidad no se trata de cosas materiales; se trata de recibir a una persona: Jesús, quien trae vida eterna y plenitud a nuestras vidas.
Les deseo a todos una Feliz Navidad, que sea un tiempo de encuentro con el Señor. Pidamos no cosas, sino a Jesús mismo, para que Él transforme nuestro corazón y nos dé su paz. Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. Rezad también por mí, porque, como vosotros, lo necesito.
Muchas gracias y que tengáis un domingo lleno de paz y esperanza.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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