O se unen, o repite la historia
Hay errores que se pagan caro, y otros, como elegir mal en las urnas o dividirse frente al enemigo socialista, que se pagan con la historia. Nuestro país no necesita más candidatos, sino estadistas. No más discursos de guerra, sino de unidad en torno a principios democráticos y de libre mercado.
El Perú atraviesa una encrucijada histórica. A poco más de un año de las elecciones generales de 2026, el riesgo de que la izquierda radical —cercana al modelo bolivariano y cubano— regrese al poder está latente. Ya lo vivimos: el intento de golpe de Pedro Castillo, sus vínculos con grupos violentistas y su desprecio por la institucionalidad fueron un anticipo del desastre que podría profundizarse si no se construye un frente democrático sólido y coherente.
En este contexto, los partidos de centro y derecha que defienden la economía social de mercado y el orden constitucional no pueden seguir divididos. La Constitución de 1993, más allá de sus detractores, permitió sacar a millones de peruanos de la pobreza. El crecimiento económico sostenido, las exportaciones, la inversión privada y la apertura comercial son logros innegables de ese modelo. Tirar por la borda esas bases por cálculos mezquinos sería irresponsable.
La izquierda no ofrece reformas, sino una ruptura. Basta ver el caso venezolano: una nación petrolera arruinada, con más de siete millones de migrantes y una economía devastada por el populismo autoritario. O Cuba, donde la disidencia artística, intelectual y política ha sido silenciada por décadas. Países donde el arte se apagó, la prensa fue controlada y la propiedad privada robada.
Aquí también ya vivimos algo parecido. Durante la dictadura militar de Velasco Alvarado, en nombre de un socialismo “nacionalista”, se expropió, se persiguió al disidente, se ahuyentó el capital y se sembró el germen de una corrupción que perdura hasta hoy.
La izquierda de Verónika Mendoza ya no llena una plaza, y la inteligencia cubana le ha impuesto al candidato de madre aimara, Vicente Alanoca, un antropólogo y lingüista con el que esperan recuperar la calle perdida y ahondar el discurso antisistema por una Constituyente. Bajo el disfraz del cambio, se vuelve a imponer la misma receta fracasada. El hartazgo del sur puede ser el golpe de timón necesario, como cuando se inclinó en 1990 por el primer fujimorismo.
Las nuevas generaciones creen que la polarización es un fenómeno reciente, pero el Perú ha sido un país en tensión política desde el incanato, las guerras de independencia, la época republicana y los años del terrorismo. Al mismo tiempo, estamos ante una juventud emprendedora. En este escenario, la responsabilidad histórica recae sobre los líderes del centro y la derecha democrática. Es momento de dejar los egos de lado. Se trata de coherencia estratégica. La dispersión solo beneficia a la izquierda, especialmente a aquellos que apuestan por una asamblea constituyente y la demolición institucional.
El Perú necesita una gran coalición patriótica, para defender la libertad, la democracia, la iniciativa privada y el Estado de derecho. Quien no lo entienda ahora será cómplice del colapso. Porque si la democracia liberal se pierde, será por cobardía y egocentrismo.
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