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Nuestra liberación está en Cristo

Fecha Publicación: 16/11/2019 - 20:30
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Queridos hermanos, estamos ante el domingo treinta y tres del tiempo ordinario. La primera lectura es del profeta Malaquías: “Mirad que llega el día ardiente como un horno. No quedará ni rama ni raíz pero, los que honran mi nombre, les iluminará un sol de justicia”. Es decir, viene Dios quemando lo impuro, al hombre viejo, quemando nuestro barro y haciendo una criatura nueva. Dios nos ofrece un hombre nuevo, Dios ama al hombre por eso lo ha hecho independiente de Él. Esta es la verdadera naturaleza: ser hombre es ponerse ante Dios y contemplar su obra.

Por otro lado, dice el Salmo Responsorial: “El Señor llega para regir a los pueblos con rectitud, tocar la cítara al Señor porque llega a regir la tierra”. Por eso, hermanos, rige Dios la tierra del hombre, el lugar donde vive. Más adelante, dice la Segunda Lectura de san Pablo a los Tesalonicenses: “Ya sabéis como tenéis que imitar nuestro ejemplo”. Los evangelizadores anunciaban el evangelio y vivían de su trabajo. Hoy también estamos trabajando, anunciando y testimoniando el evangelio. ¿Cómo anunciar el evangelio hoy? Siendo testigo, con nuestra sangre. En el evangelio dijo Jesús: “Levantaos la cabeza, se acerca nuestra liberación porque Cristo ha vencido nuestros pecados y ha hecho un nuevo templo.

Esto es lo que contemplamos, llegará un día que no habrá piedra sobre piedra. Todo será destruido”. Se ha destruido el templo viejo, no adoramos piedras, adoramos a Cristo resucitado. Ha hecho del hombre una creación nueva, nos ha hecho hijos de Dios, nos hizo tener su naturaleza. Continuando con el evangelio: “Cuidado que nadie os engañe, no tendréis pánico porque Jesús está cerca. Habrá espantos y grandes signos entregándose a las sinagogas. La persecución que hoy tiene la iglesia, los sacerdotes, los laicos, los matrimonios por ser cristianos. Iremos ante reyes, gobernadores por causa de Jesús. Hacer el propósito de no preparar nuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabidurías a los que no podrá ser frente ni contradecir a ningún adversario nuestro. Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, con vuestra perseverancia salvaré sus almas”. Jesucristo nos ha defendido y nos ha entregado su persona. Hermanos, ofrezcamos nuestra vida, nuestro corazón y nuestra mente y nuestra fuerza al servicio a la iglesia.

Que la bendición de Dios Todopoderoso esté con ustedes.