Nuestra bandera
Nuestra bandera es roja y blanca, izar una de ‘luto’ en su día es ser ajeno a la sangre derramada por los miles de valientes que lucharon por la independencia; un gesto desafiante y propio de operadores políticos que intentan crear su ‘momento Kodak’ para decirle al mundo que la presidenta Boluarte es despreciada.
Algo totalmente falso, pues fue un grupúsculo manipulado el que hizo aquella huachafería. Los dizque aymaras (‘collas’, para los incas) son usados para pasar de una estupidez a otra.
Los aymaras no superan el 1% de habitantes del Perú. Estos operadores primero pretendieron que creamos que el patrón wiphala, con sus actuales colores postconquista española, representa a los pueblos originarios; y ahora quieren cambiar nuestra blanquirroja por su oscuridad de piratas.
La ‘performance’ del trapo negro no tiene otra razón que pretender decirnos que la democracia ha muerto porque el golpista Pedro Castillo está preso, y culpar a la presidenta Boluarte por los muertos de las violentas protestas en Puno, infiltradas por agentes comunistas, no solo del pedófilo cocalero Evo Morales, sino de otros vinculados con el Foro de Sao Paulo y Grupo, más bien cártel, de Puebla.
Lo ocurrido tras el fallido golpe de Castillo desató un vendaval de destrucción en Puno. En esas alturas, un conglomerado de violentistas y comunistas sembraron el caos y estragos, usando como carne de cañón a jóvenes confundidos y rebeldes.
Ahora esos mismos con su cuasi microscópico acto simbólico del trapo de luto, buscaban enviar un mensaje de protesta hacia una presidenta a la que quieren empañar como sea, en momentos cuando necesitamos unión para sacar adelante a nuestro país, atascado en un crecimiento ínfimo.
Mientras en una esquinita del país unos vomitaban su declaración silenciosa buscando cambiar las reglas de juego y pisotear nuestra historia común; la bandera del Perú, la roja y blanca, ondeó para orgullo de todos en los rincones más recónditos de la patria.
Comunistas y caviares, aliados contra Boluarte, la señalan por las muertes en los levantamientos en Puno y mueven sus fichas internacionales para que sea juzgada por cortes supranacionales, en lo que constituye una humillación para un país libre y soberano.
Aquellos que tejieron redes de manipulación generando la muerte de sesenta compatriotas, pretendieron esconderse detrás de la bandera luctuosa, en un cobarde intento por borrar sus propios pecados y atribuir culpas a la presidenta.
Boluarte, ajena a las oscuras maquinaciones ha sabido resistir con entereza y dignidad y dijo con voz fuerte y clara que el objetivo de esas protestas tienen una agenda política que busca su renuncia.
Izar una bandera distinta debe llevarnos a un cuestionamiento profundo. ¿Hasta dónde esa gente llegará para tratar de zafar a la presidenta de su cargo?
Es hora de derribar la narrativa comunista y caviar, para construir un país donde la bandera sea como lo fue siempre, un símbolo de unidad y no de una división que nadie quiere.
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