No son ellos. Somos nosotros… y quienes los financian
Cada cinco años, el Perú se entrega con entusiasmo renovado al mismo rito electoral: una tómbola de candidaturas que va del ridículo al delirio. Del “profesor rural” que no podía armar una frase coherente, al tecnócrata iluminado que solo habla con diapositivas. Y, como siempre, la culpa recae en “los malos candidatos”. Error. No son ellos. Somos nosotros… y los que los financian.
Nadie obligó al electorado a elegir a Pedro Castillo, cuya torpeza verbal era tan evidente como su sombrero. Tampoco a Martín Vizcarra, campeón del cinismo y la manipulación. Nadie impuso a Keiko Fujimori, candidata vitalicia del “ahora sí gano”, ni a Hernando de Soto y Alfredo Barnechea, dos cerebros, pero completamente desconectados de la realidad peruana. Todos ellos fueron validados por el voto popular, ese mismo que luego se escandaliza por el resultado que él mismo eligió.
Y, como siempre, no estuvieron solos. Tras bambalinas, gremios empresariales y asociaciones de poder —CONFIEP, Sociedad Nacional de Industrias, y hasta colectivos mineros con una legalidad… selectiva— han invertido generosamente en campañas con la ingenua esperanza de que alguien proteja sus intereses. La miopía histórica, como vemos, no discrimina por nivel de ingresos.
La nueva quimera de “Lima,
Potencia Mundial”
Y ahora, el turno es de Rafael López Aliaga. Él no necesita mecenas; se autofinancia. Tampoco necesita, al parecer, aliados mediáticos; Rafael, desde la Municipalidad de Lima, convertida en su púlpito personal, predica la nueva utopía de “Perú, Potencia Mundial”. Una versión amplificada de su primera oferta. Su emblema: el “tren de la esperanza”, un proyecto de segunda mano —literalmente—, armado con chatarra ferroviaria, sin tener competencia legal, ni cronograma técnico, ni menos sustento financiero conocido. Una ficción sobre rieles que, sin embargo, sirve para llenar titulares y alimentar la fantasía con la que se pretende tamizar el infierno en el que Lima se ha convertido.
Pero la ficción no se detiene en la capital. Cuatro distritos clave —Miraflores, San Isidro, Barranco y La Molina— que confiaron en la promesa de orden y Renovación le siguen la corriente. La capital, lejos de avanzar, retrocede al ritmo de la improvisación con respaldo.
El espejo peruano
Lo preocupante, sin embargo, no es un candidato ni su desafortunado entorno: es un país que los tolera, los aplaude y, peor aún, hasta los defiende. Personas que vuelven a depositar su fe en “modelos de virtud” que la realidad se encargó de poner en otro lugar.
El problema no son ellos. Nunca lo fueron. El problema somos nosotros… párvulos políticos y los necios que insisten en financiar milagros.
Por Ricardo Ghibellini
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