No más juego de tronos
La elección de la Mesa Directiva ha sido un diagnóstico claro de lo que adolece nuestra representación nacional: dificultad para generar consensos debido a la fragmentación de las fuerzas políticas que imposibilita una votación mayoritaria en los asuntos más importantes que aún se encuentran en agenda y que peligran, pues dependen solamente de la velocidad en que acomoden las fichas. Sin siquiera respetar su afinidad ideológica y llevados por ego, forman coaliciones “antinatura”, peligrando la unidad que debe conservarse para hacerle frente a los que solo quieren patear el tablero.
Después de la crisis política vivida en el 2020, solo hemos tenido, a mi modesto entender, “reformas parches” que no apuntan a la construcción de partidos políticos sólidos ni a fortalecer la representatividad, pues no basta con modificar requisitos para inscribir organizaciones políticas ni establecer elecciones primarias para fortalecer la democracia interna. La paridad y la alternancia no ha logrado tener una mayoría de ministras capaces ni congresistas preparadas. Esas reformas técnicas no entienden el juego político ni la mente del votante peruano. Tampoco responde a nuestra necesidad de liderazgos políticos representativos y no mediáticos.
La mayoría de las reformas de Vizcarra se aplicaron en las últimas elecciones y no evitó que partidos como Restauración Nacional se presenten a las Elecciones Generales. Sin embargo, hoy tenemos a Castillo que llegó bajo la bandera de Perú Libre pero eso no le impidió renunciar y conformar su nueva bancada “Bloque Magisterial”.
Tampoco evitó que George Forsyth, cual golondrina de varios veranos, hoy postule a la alcaldía de Lima con Somos Perú. La gente vota por las personas, no por partidos y los partidos solo quieren pasar la valla para seguir vigentes. Aunque, si no lo logran, se pueden reorganizar nuevamente bajo otro nombre catapultando a un rostro fresco en política. Queda de lado la formación de cuadros y la ideología principista partidaria, si es que la tiene.
Así también, a pesar de la reforma constitucional que hoy impide a condenados por delito doloso en primera instancia y el levantamiento de la inmunidad de los congresistas por delitos comunes, no evita que tengamos candidatos denunciados por robo, estafa, violencia familiar e incluso violación sexual. Tampoco existe regla vigente que impida a alcaldes distritales cuestionados por presuntos actos de corrupción en su gestión postulen a alcaldías provinciales o pretendan una reelección indirecta a través de familiares, perpetuando así una pseudodinastía para seguir bebiendo del néctar del poder.
La reforma política debe ser el principal punto de la agenda legislativa y es necesario que los partidos tomen conciencia de su importancia, pues esto también impide su rápida extinción bajo las reglas electorales vigentes. Entre otras reformas, es imperativo instaurar la reflexión legislativa y devolverle el poder al ciudadano de quitarle su confianza al parlamentario que lo defraudó, así como permitir que los legisladores de buen desempeño puedan reelegirse para reducir el impacto de la improvisación y el populismo, que al parecer es la marca registrada de nuestra pintoresca política peruana.
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