No les interesa nada
Parecen lejanos los tiempos en los cuales era impensable que un cambista fuera detenido para ser robado por hampones armados con armas largas. Hoy, las historias que narrábamos las madres a los niños sobre cómo crecimos en tiempos del terrorismo, espantadas por las bombas, los muertos y las torres de luz derrumbadas, han regresado, a pesar de que no lo queríamos. Han vuelto.
Tampoco deseábamos que los jóvenes no pudieran ir a una fiesta por temor a que alguien entre con un arma para matarlos, y menos aún que vivan estados de emergencia. Eso lo vivimos nosotros, no lo queríamos para ellos.
Mi generación fue testigo de cientos de quiebras de negocios familiares, de la desesperación por no poder llevar comida a casa, de la falta de empleo y de cómo el cólera barrió con el Perú por no tener un sistema de salud que hiciera frente a la enfermedad.
Impotentes, vimos cómo miles de compatriotas sufrían hambre, cómo millones dejaron todo por la violencia. Fuimos testigos de ello, y no lo queríamos de vuelta. Pero está aquí, mientras se aplaude al ceviche y la Presidenta de la República, Dina Boluarte, celebra indolentemente lo que el calendario le marque.
La educación peruana registra uno de sus peores resultados en años. Un congresista muere por falta de atención médica. Se registra una pésima, espantosa campaña navideña. Una comerciante se enfrenta con gas pimienta a un hombre armado, poniendo en riesgo su vida. El Ministerio de Vivienda busca intervenir sin asomo de vergüenza alguna al regulador del agua, Sunass, como si eso nos sobrara. Ello pasa a vista y paciencia del guardián de la economía peruana, o quién debería serlo, el ministro Alex Contreras.
Aquellos con la suerte de tener empleo ven cómo el dinero se desvanece. Los comerciantes venden mucho menos de lo esperado. Las amas de casa se percatan de que los trucos de magia para que la olla alcance ya no tienen el efecto de siempre. Todo eso sucede y en el Palacio de Gobierno no ocurre nada.
Nada cambia, todo sigue igual, simplemente a la espera del siguiente escándalo, de la siguiente vergüenza. Y eso es quizás lo peor. Ciertamente, hay temas de la gran política que importan, pero ¿qué pasa con el día a día? ¿Qué pasa con lo que todos vivimos, sin importar dónde durmamos? No pasa nada, porque a Dina Boluarte simplemente no le interesa nada.
En este panorama desafiante, la apatía de las autoridades persiste como un eco sordo ante las realidades que enfrentamos día a día. Mientras los cimientos de nuestra sociedad se resquebrajan, el Palacio de Gobierno parece ajeno a las penurias que asolan a la población. Urge un despertar, una acción tangible que desafíe la inercia de la indiferencia. Es tiempo de exigir, con voz firme, un compromiso genuino con el bienestar de la gente. No podemos permitir que la apatía de hoy sea la herencia de mañana.
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