No hemos perdido la fe
Como todos los años, concurrí en el primer día de salida a la procesión del Señor de los Milagros, que constituye, a no dudarlo, el mayor acto de fe de los peruanos de toda condición social, económica o étnica en torno a esta venerada imagen pintada en el siglo XVII por un esclavo angoleño en una pared que sobrevivió a dos terremotos, generando un culto que persiste intacto y creciente por más de tres siglos.
Es sin duda simbólico que la imagen más venerada del Perú haya sido creada nada menos que por un esclavo negro y que en la famosa “densidad” del Señor de los Milagros que caracteriza a sus procesiones -no entra ni un alfiler por metro cuadrado- la frase de don Ricardo Palma “el que no tiene de inga tiene de mandinga” adquiera plena y visible vigencia.
En la definición de la Real Academia de la Lengua, la fe es la confianza y el buen concepto que se tiene de algo o de alguien, vale decir, puede o no tener origen racional, pero en la mayoría de los casos tiene una base emocional: el culto al Señor de los Milagros se origina en la doble supervivencia de la pared donde fue pintado -dos hechos concretos y racionales-, pero su persistencia solo puede explicarse, más allá de los milagros que vienen a ser también resultados visibles, en un hondo compromiso emocional firmemente arraigado en la conciencia colectiva.
Un estudio de la Universidad de Stanford revela que, una vez que la mente humana absorbe una creencia, es sumamente difícil disuadirla de ella por la vía racional. Para hacerlo, debe apelarse a la ruta emocional, lo cual no tiene sentido en el caso del Señor de los Milagros, en la medida en que esa fe que mueve multitudes emana, finalmente, de la necesidad de creer en alguien que genere un amparo y una esperanza ante las vicisitudes de la vida y que nos abra las puertas precisamente a la aparición de un milagro.
Con su comedor popular, sus reuniones celebratorias y las tenidas de morado, así como todo el acompañamiento del culto -incluidas las vianderas y hasta el clásico turrón de Doña Pepa del mes de octubre-, el Señor de los Milagros ha desarrollado una liturgia donde el honor de cargarlo por unos cuantos metros -disputado con justicia por los hermanos nazarenos- refleja una identificación que no ha logrado ninguna otra institución en el Perú y que viene a ser una síntesis de nuestra identidad nacional.
Yo realmente disfruto la procesión, más allá de las invitaciones de alguna hermandad para rendirle homenaje al Señor en alguno de los muchos puntos del trayecto donde se detiene. Y lo hago porque en esa liturgia siento el ánimo positivo, alegre y creyente de nuestro pueblo que nunca ha perdido la fe.
(*) Presidente de Perú Acción
Presidente del Consejo por la Paz
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.