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Negocios entre dos orillas

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Fecha Publicación: 10/08/2025 - 21:10
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En Santa Rosa de Loreto, el sol golpea con fuerza mientras las lanchas descargan sacos de yuca, pescado fresco y algunos paquetes con pan llevar que llegaron desde Iquitos. La radio comunitaria crepita con una noticia que interrumpe la rutina: desde la otra orilla, un presidente (que no es el suyo) afirma que la isla donde viven “no es del Perú” y que allí hay “autoridades de facto”. El aire se espesa. Algunos se encogen de hombros, otros dejan de descargar para escuchar mejor. La frase cruza el río más rápido que las embarcaciones y se mete en las conversaciones de la tarde.
A simple vista, Santa Rosa parece un punto olvidado del mapa del Perú. Pero en realidad está en el corazón de un comercio intenso que une —y no separa— a Perú y Colombia (+ Brasil). Según el Sistema de Inteligencia Comercial ADEX Data Trade, en el primer semestre de este año nuestro país exportó más de US$ 500 millones a Colombia y compró de vuelta casi el doble. No son solo cifras frías: detrás hay empresas que fabrican alambre de cobre en Lima, café en Jaén, piezas industriales en Medellín o alimentos procesados en Bogotá. Hay choferes, estibadores, contadores y técnicos que dependen de que ese intercambio siga fluyendo.
Por eso, en ambos lados de la frontera, lo que realmente sostiene el día a día no son los discursos políticos, sino las rutas comerciales y las relaciones humanas. Pescadores que se conocen por nombre, comerciantes que confían en proveedores de toda la vida, familias que han visto crecer sus negocios gracias a que las fronteras, en la práctica, han sido más un puente que un muro. Y, sin embargo, basta una declaración desafiante para que esa confianza tiemble.
Lo que ocurre en Loreto no es un caso aislado. La política a veces se olvida de que las economías modernas están hechas de interdependencias. En la Alianza del Pacífico, Perú y Colombia han compartido metas, eliminado barreras y buscado atraer inversiones conjuntas. Ese trabajo de años puede debilitarse (aún más) si la agenda se contamina con tensiones nacionalistas, sobre todo en un contexto preelectoral en el que las frases duras rinden titulares pero desgastan el terreno común.
El verdadero riesgo no está solo en perder clientes o contratos; está en abrir la puerta a una espiral de desconfianza. Si las empresas empiezan a percibir incertidumbre, ajustarán planes, frenarán inversiones y reducirán personal. Y sabemos lo que eso significa en un país donde generar empleo formal ya es cuesta arriba. No se trata de romantizar el comercio ni de ignorar que existen problemas en la relación bilateral. Se trata de entender que, en el día a día, los ciudadanos de ambos países ganan más con cooperación que con confrontación.
Santa Rosa seguirá siendo un punto en el mapa que no todos sabrán ubicar. Pero para quienes viven allí, cada palabra dicha desde un podio puede convertirse en un golpe invisible que sacude sus mesas, sus redes de pesca y sus cuentas por cobrar.
Tal vez el ruido de la radio no vuelva a generar silencio ni conversaciones asustadas en el muelle. Ojalá. Porque si algo nos ha enseñado el comercio es que tender puentes es más difícil que romperlos, y que reconstruirlos siempre cuesta más que cuidarlos desde el principio.

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