Negacionismo del terruqueo
Todos aprendimos desde pequeños a decir “ampay me salvo y ... a todos mis compañeros” para salir de la persecución en el popular juego de las chapadas. Algo muy parecido hace el político peruano de izquierda cuando está con la prensa. Aprendió la frase “no me terruquee” para dejar en estado de shock al periodista, salvarse del juicio público y así empoderarse de la entrevista. Un aparente mecanismo táctico de media-training que parece útil para construir un trasfondo tenebroso en nuestra sociedad.
Cuenta la leyenda que Castillo había ensayado la frase “nos terruquean” representando a la Fenate en una sesión de la Comisión de Educación del Congreso del 5.08.2020. Según él, era la razón por la cual el Ministerio de Trabajo había rechazado hasta en 3 oportunidades la inscripción de su sindicato. Posteriormente, en la segunda vuelta Castillo gana con el apoyo de un cargamontón antifujimorista que sacó partido de las siguientes palabras por parte de la excandidata: “Yo no voy terruquear a nadie”. Tras la intensidad del terruqueo en la campaña, los políticos, los medios, los académicos y la sociedad en general desviaron su atención a cómo interpretar lo sucedido. Varios peruanos sufrieron desde entonces un trastorno de pánico al terruqueo, porque sus lecturas políticas se construyeron derivadas de las variables: odio, ataque y descrédito al oponente.
Muchos prefieren la tibieza por miedo a caer en una discriminación injusta que los termine vetando, otros lo hacen por gusto ideológico y algunos piensan que la narrativa “jamás discriminar, jamás atacar o terruquear” mata el desorden social. Estos motivos producen una enorme fuente de desinformación perniciosa y fake news. Algunos especialistas piensan que la única opción para terminar venciendo en la comunicación es contar con una narrativa que contrarreste el discurso de izquierda. Eso suena más a una metáfora esclavista de comunicadores que a una regla sine qua non.
Por principio de imparcialidad, cuando el periodista entabla la conversación con un entrevistado claramente negacionista del terrorismo debe plantear el potencial delito que tienen sus palabras.
Muy pronto veremos personas condenadas por delitos de crimen organizado con pruebas fehacientes de la Policía Nacional del Perú. Estás personas serán acusadas por los actos vandálicos, destrucción y violencia en las 15 ciudades del país. Las dudas se convierten en certezas con la fuerte alteración a la paz pública, actos contra la vida y la seguridad física que aún no terminan y quedarán en la memoria local de las ciudades y los familiares de los fallecidos. El delito de apología del terrorismo en el Código Penal debe preocupar a varias autoridades en ejercicio que defienden a Castillo. Estos perdieron el control frente los medios justificando o enalteciendo las marchas hasta las últimas consecuencias.
Nada acerca de la organización criminal debería sorprendernos, actúan de forma sediciosa y parece que entienden al terrorismo como un medio y no un delito. El negacionismo del terrorismo estuvo presente en el gobierno del golpista siempre. Sólo necesitamos recordar el motivo de la primera baja ministerial. Unas declaraciones negacionistas del ex-Ministro de Relaciones Exteriores de gobierno golpista que distorsionaban “El terrorismo en el Perú lo inició la Marina (...) Eso se puede demostrar históricamente y han sido entrenados para eso por la CIA”.
El periodismo peruano debe superar al “no me terruquee” porque de eso se trata el periodismo ético con responsabilidad, en el que prevalezcan principios de la verdad, independencia e imparcialidad. Sólo un periodismo ético es capaz de entender que es mucho más humano detener un llamado a la violencia o convocatoria a las calles para defender un golpista, que hacerles el juego a subversivos terroristas. La insatisfacción del pueblo es una excusa infame frente a la destrucción de sus propias ciudades.
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