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Nazca o el desprecio por nuestro pasado

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Fecha Publicación: 07/06/2025 - 22:01
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El desierto esconde siglos de nuestra historia. En Nazca el sol calcina los secretos de civilizaciones milenarias, pero el actual ministro de Cultura, Fabricio Valencia Gibaja, ha decidido trazar su propio mapa de nuestro pasado y redujo la Reserva Arqueológica de Nasca y Palpa, de 5.600 a 3.200 km², como si la historia cupiera en una cuadrícula, como si los estudios en los alrededores hubiesen terminado y supiéramos todo sobre quienes allí vivieron, amaron y soñaron.
Las Líneas siguen protegidas, asegura el ministro porque no le queda otra, y dice que la zona considerada Patrimonio Mundial por UNESCO, esos 753 km² donde el colibrí despliega sus alas de piedra y la araña teje su tela eterna, permanece intacta. “Es un ajuste técnico, no un recorte”, repite como si fuéramos idiotas para no darnos cuenta de que la nueva zona es menor, por tanto, recortada. Los expertos, los arqueólogos y los conocedores saben que bajo la tierra seca yacen huellas de rituales, fragmentos de cerámica, caminos de un pueblo que conversó con los dioses a través del suelo. ¿Cómo delimitar lo no descubierto? La arqueología es una ciencia de paciencia, sin tiempos, pero el siglo XXI avanza a golpe de extractivismo e imbéciles.
En la frontera recortada, la minería ilegal extrae oro y cobre, no distingue entre roca y reliquia. Ya han herido a Madre de Dios, Pataz y convertido en un infierno La Rinconada, en Puno. Rapiñan cerca de Palpa hace ya tiempo. “No hay vestigios registrados allí”, dice el Ministerio de Cultura, como si hubiera realizado alguna investigación.
El dilema de Nazca resuena en otros rincones del mundo donde la tierra guarda memorias ancestrales. En Egipto, las pirámides de Giza ven acercarse nuevas urbanizaciones. La Gran Muralla China, con sus 21.000 km de extensión, ejemplifica cómo la fragmentación en la gestión —solo 8 % está bien conservado— facilita la degradación.
El Ministerio de Cultura promete que la nueva Unidad Ejecutora Nazca será la guardiana, que vigilará, restaurará, descifrará lo que no respeta. ¿En un territorio donde el horizonte se pierde en polvo, bastarán drones y guardaparques? El desierto es traicionero, esconde huellas durante siglos y las revela cuando quiere y si el viento sopla con el propósito de mostrarlas.
Menos del 10 % del territorio de esa zona ha sido estudiado, hay restos aún por descubrir: posibles estructuras, artefactos, textiles. A las tierras excluidas les aguarda un destino preocupante: podrían convertirse en campos de cultivo que enraícen sobre cerámicas, utensilios y cráneos; quizás serán urbanizaciones caóticas o socavones clandestinos donde el oro brille más que las líneas de Nasca. Y surge la pregunta incómoda: ¿no es una gran minera la que está detrás de estos recortes y nos distraen con los ilegales? La experiencia en otras regiones muestra que los vacíos legales suelen ser explotados por grandes actores económicos.
El ministro Valencia habla de “sincerar” el mapa, como si la tierra mintiera. No entiende que una reserva arqueológica es un pacto con lo desconocido. Las Líneas, estudiadas por la notable María Reiche, no son figuras, son un archivo de astros, un calendario, un rompecabezas aún sin encajar. Las líneas, dicen algunos, señalan dónde hay agua dulce para verdear el desierto o, por lo menos, para no morir de sed.
Un viejo dicho sostiene que “quien borra el camino de sus antepasados, se pierde en su propio viaje”. Las Líneas de Nazca son guías hacia lo sagrado y merecen un futuro que las lea sin prisa. Algunos legados son demasiado valiosos para la medida interesada del hombre.

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