¡Muy feliz Navidad!
La Navidad es y debe ser de los niños: no puede caer en el dominio de quienes, sin respeto alguno, la han convertido en un festival del consumo, de la compra y de la venta que nada tienen que ver con su origen heterodoxo y con la fábula maravillosa de ese viejo de barbas blancas que fabrica sus propios juguetes para luego repartirlos entre los infantes de todo el mundo que lo esperan en Nochebuena y creen fielmente en él.
Por qué ha calado tan hondamente en la mente colectiva el mito de Papá Noel ? Por qué la esperanza del regalo pascual se multiplica en las mentes infantiles, con esa certeza –que se va perdiendo con el tiempo– de que el abuelito vestido de rojo llegará siempre por los aires en su trineo maravilloso halado por renos voladores para traer lo que esperan con tanto anhelo
¿Y por qué los papás y mamás cultivan el mito a riesgo de que sus hijos de temprana edad queden convencidos de que es Papá Noel y no ellos mismos los portadores de los obsequios ?
Porque , entre otros motivos, en el fondo muchos quisiéramos tener un Papá Noel o un Santa Claus que se acuerde de nosotros no sólo en Navidad sino durante todos los duros y cambiantes caminos de la vida y que nos permita desarrollar los conceptos generosos de la solidaridad y el amor en este mundo que, como reza ese antiguo rock, está hecho de acero.
Papá Noel vive recluido entre el frío y la nieve preparando sus presentes navideños y sólo sale una vez al año a repartir alegría y felicidad y, por cierto, a despertar la imaginación de los niños. Hay ahí un sentido inequívoco de dedicación y hasta de sacrificio ya que él no tiene ninguna otra actividad: vive para traer amor a los hogares y para desatar las sonrisas de felicidad de los chicos que alborozadamente reciben sus regalos y que aceptan a los papás noeles sustitutos como sus auténticos y queridos representantes, sin duda alguna.
Es nuestro deber recuperar el sentido profundo de la Navidad. Arrojar a los mercaderes del templo y retomar el propósito literal de una fiesta familiar e íntima que ha sido mercantilizada y distorsionada a extremos inauditos que seguramente deben tener indignado a ese viejito querido que cuida de todos nosotros allá en el Polo Norte.
Y entender que el valor del regalo tiene un sentido entrañable ,ajeno a su costo económico, porque tiene que salir desde el fondo del corazón, desde el propio hondón del alma. Lo otro, es un negocio más de la sociedad de consumo, en este caso a costa de irremplazables valores.
Como lo es el propio y querido Papá Noel: irreemplazable.
(*) Presidente de Perú Acción
Presidente del Consejo por la Paz