Música sin palabras
La primera vez que la escuché quise que su voz también se escuchara en Lima. Inició su carrera en Armenia, el Quindío, como primera voz del popular dueto Sombra y Luz que, en la década de los noventa, además de ganar el famoso festival Mono Núñez, fue parte de la banda sonora de la telenovela “Café con aroma de mujer”, que tuvo, noche a noche, a mi generación, atenta al romance entre “La Gaviota” y Sebastián Vallejo, interpretados por Margarita Rosa de Francisco y Guy Ecker.
Con cuatro álbumes como solista: “Los Derechos de los Niños” (2000), “Beso Helado” (2003), “Light” (2009) y “Vela de Plata” (2017); Luz Ángela Jiménez, adelantó estudios de Administración de Empresas en Bogotá, de música en el Miami Dade College en Miami, y de Teatro Musical en Berklee, Boston. “¿Tú crees que la música sin palabras también es poesía?” Me preguntó luego de entrevistarla para este diario. Se supone que era ella quien debía responder a mis preguntas, sin embargo, me lanzó su interrogante como quien reta a este interlocutor concentrado en recibir información sobre el primer asombro, influencias, espacio, y sobre esa conexión instintiva con la posibilidad de capturar la armonía, de entregarle un ritmo, un compás que la presente distinta, única.
Yo me quedé pensando en sus respuestas, en su conexión con el tiple, con las músicas latinoamericanas, con esa forma de procesarlas para hacerse de un estilo, pensaba también en sus canciones, pero me detuve en sus solos instrumentales que me remitieron a los clásicos que escuchaba cuando era un niño que no entendía mucho de palabras: Wagner, Mozart, la guitarra flamenca, al cajón peruano. “Me encanta el sonido que produce con sus cuerdas de metal y su efecto como de campanas, un tanto barroco, pero a la vez muy campesino”, me dijo refiriéndose al tiple.
Es imposible entonces no remitirme a Martín Adán: “Poesía no dice nada. / Poesía se está, callada, / escuchando su propia voz”; a Andrés Eloy Blanco: “Cuando tú te quedes muda, / cuando yo me quede ciego, / nos quedarán las manos / y el silencio”; a Isabel Allende: “La vida no es más que ruido / entre dos silencios insondables”; y a Octavio Paz, por supuesto: “Así como del fondo de la música / brota una nota / que mientras vibra crece y se adelgaza / hasta que en otra música enmudece, / brota del fondo del silencio / otro silencio”. La música sin palabras también es poesía. Si algo determinó que me dediqué a ella, fue porque entendí que el lenguaje es apenas un soporte instrumental. La poesía es un alma, y un alma no puede reducirse a un código, menos a un puñado de palabras.
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