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Monseñor del Valle y el tradicionalismo peruano

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Fecha Publicación: 16/08/2025 - 21:00
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Manuel Toribio del Valle y Seoane (1813-1888) nació en Jauja en una prominente familia. Muy joven fue enviado a estudiar a España donde se ordenó sacerdote y fue víctima de la persecución religiosa durante la primera guerra carlista (1833-1834). Partió al exilio en Italia y en 1840 regreso al Perú para atender la parroquia de Santa Ana de Lima. En la década de 1850 ocupo importantes cargos en el arzobispado de Lima y en 1865 fue nombrado obispo de Huánuco desde donde da una dura batalla contra los proyectos laicistas de los liberales.
En 1867 reúne, organiza y moviliza a los laicos militantes en la Sociedad Católica Peruana para defensa de los derechos de la Iglesia y el Papado. Entre los laicos van a destacar dos grandes figuras, aunque poco conocidas.
En 1869 monseñor del Valle viajó a Roma para asistir al Concilio Vaticano I y, a la muerte del arzobispo de Lima monseñor Goyeneche (1872), el gobierno del presidente Balta lo propuso a la Santa Sede para que fuese arzobispado de Lima, dignidad que le fue confirmada por el papa Pio IX.
Fue entonces cuando surgió un grave conflicto con el nuevo gobierno liberal de Manuel Pardo y Lavalle (1834-1878) quien deseoso de liderar un Kulturkampf criollo, se opuso a la permanencia de monseñor del Valle en la catedral de Lima. Ante esta actitud hostil que anunciaba una guerra religiosa don Manuel Toribio presento su renuncia al Papa y este lo recompenso con la alta dignidad de arzobispo de Berito (Beirut) y administrador de la diócesis de Huánuco donde invito a los jesuitas que estaban proscritos para regresar al país luego de su centenaria expulsión en 1767.
Al estallar la guerra con Chile en 1879 monseñor del Valle fue uno de los más destacados representantes de la resistencia peruana contra el invasor, convirtiéndose en un aliado incondicional del general Andres A. Cáceres, el “Brujo de los Andes” Desde el convento de Ocopa en la sierra central, la presencia del prelado ultramontano y su clero patriota fue una permanente fuente de resistencia frente a las tropas de ocupación chilenas motivo por el cual el ejército invasor tuvo que tomarlo prisionero y recluirlo en Lima para tratar de pacificar la región andina.
Después de la liberación del país en 1886 el presidente Cáceres, su amigo, como forma de gratitud lo incluyo en la terna para el Arzobispado de Lima aun sabiendo que por su avanzada edad y las dolencias causadas por el duro trato de los invasores hacían imposible esta opción. El historiador Héctor Lopez Martínez nos cuenta en su texto “Cuando Lima fue carlista” durante la visita del pretendiente Carlos VII a Lima en 1887 que:
“Particularmente emotivo fue su encuentro con monseñor Manuel Teodoro del Valle, arzobispo de Berito. Iba don Carlos en su coche por la plaza de Santa Ana cuando vio a un prelado, anciano y fatigado, quien caminaba con gran dificultad. Al punto hizo detener el vehículo y bajó para ofrecérselo al religioso. Grande fue su asombro y alegría cuando reconoció en él a uno de sus maestros de la niñez. Tiernas manifestaciones de complacencia se hicieron ambos caballeros - dijo un periodista de El Comercio- y el arzobispo fue conducido a su casa en el coche del conde de Breu quien permaneció algunos momentos en su compañía”.
Dentro de la obra de monseñor del Valle, pastor y patriota, máximo exponente del tradicionalismo peruano, nos quedan dos bellas piezas oratorias, los sermones fúnebres en favor de los dos hombres públicos más relevantes del siglo XIX, uno el báculo y el otro la espada de la nación. La primera dedicada al obispo Bartolomé Herrera (1864) y la segunda ofrecida por su amigo em mariscal Castilla (1868).

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