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Monólogo del sobreviviente

Fecha Publicación: 26/10/2024 - 20:20
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De Italia conocía su historia, la épica de sus tiempos. Pensaba en Roma y visualizaba el origen de nuestras raíces defendiéndose de la barbarie, o imponiéndola. También era un tema frecuente en casa de la abuela materna. Crecí con los nombres de Alvino, Francesco y Emilio, mi abuelo, los hijos del italiano que salió de su natal Palermo, para afincarse al otro lado del mundo, en Piura, a inicios del siglo pasado. Por eso cuando Mario Meléndez, el Poeta chileno, me comentó que el gran Emilio Coco le solicitó una selección de mi poesía para traducirla al italiano, no dudé en enviarle una muestra de los últimos veinticinco años lidiando contra mis bestias. Fue un envío con la gratitud de quien se da por satisfecho con la sola intención de ser traducido por el más notable de los latinoamericanistas. Por eso cuando Emilio me escribió para informarme que había conseguido un editorial para mis poemas, el jubiló fue indescriptible. Di Felice Edizione, el sello dirigido por la poeta italiana Valeria Di Felice, publicaría mis poemas en septiembre, yo estaría sobre la organización de la undécima Primavera Poética y preparando mi viaje a Portugal, España y Grecia. Le dije que podía ir a Italia a presentarlo. Valeria Di Felice me respondió: “Dime qué días puedes venir, y programo dos presentaciones”. El resto es historia. Han sido días intensos y hermosos. Llegué el lunes a Italia con la ilusión de abrazar mi primer libro publicado en ese país que le ha entregado tanto a la literatura. Allí nació el soneto. Allí la raíz de Boccaccio, Dante, Maquiavelo, allí D’Annunzio, Ungaretti, Lampedusa. Abruzzo nos recibió con los brazos abiertos, con Pescara y Martinsicuro como dos brazos abiertos. Gracias por la generosidad y el riesgo, querida Valeria Di Felice, mi editora; gracias por tu amor a la literatura latinoamericana, querido Emilio Coco. Gracias a los angeles que como prestidigitadores organizaron esta experiencia que me devuelve conmovido. Observar esas montañas, sentir la brisa del Adriático, cruzar esas calles, abrazar a mis nuevos lectores en cada libro que firmé, fue como asistir a un bello recuerdo. “Yo ya viví esto”, me repetía el corazón, y lanzaba al rostro una sonrisa para ocultar los nervios. Ya estoy en Lima, concentrado en la editorial, en una nueva feria de libros, con la convicción de quien tiene claro que la vida es un permanente aprendizaje, un viaje para sostener el fuego; la vocación que, al otro lado de la neblina, humaniza a los salvajes.

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