Mónica Velasco o la sensibilidad que sostiene el vuelo de la poesía
La leí por primera vez en las antologías de los Encuentros Iberoamericanos que dirige el peruano Alfredo Pérez Alencart en la tierra de Fray Luis de León y don Miguel de Unamuno. Me capturó su riqueza verbal, ese aliento que llegaba como quien transporta siglos de estética y de emoción. Me detendré en “Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro” para intentar un acercamiento a su poética. “Aves que aquí sembráis vuestras querellas, / hiedra que por los árboles caminas, / torciendo el paso por su verde seno”, escribió Garcilaso de la Vega hace quinientos años; ese estremecimiento de quien se asombra con la precisión por el detalle, esa necesidad de escuchar a la naturaleza otorgándole vida a sus elementos, movilizándolos. “Cantan las hojas, / bailan las peras en el peral; / gira la rosa, / rosa del viento, no del rosal”, apuntaba Octavio Paz, cuatro centurias después. Ése diálogo intemporal, esa conexión es lo que le entrega riqueza a la propuesta de Mónica Velasco. Dividido en tres partes: “Bosques”, “Pájaros” y “Especias”, la poeta, generosa con sus lectores, se preocupa por ubicarnos en su espacio, no el territorial, sino el de sus emociones y lo hace con la seguridad de quien aprendió a domarlas. Por eso nos conduce a través de su luz y de la oscuridad, se trata de una toma completa, de una captura del paisaje con la serenidad de lo bucólico, pero también con el desgarro de lo existencial. “Se hunde hasta mi vientre y yo/ me curvo en la respiración, / como los astros”, o “Dejadme este bosque purísimo, / las ciervas recién paridas/ detrás de los helechos, / el blanco de la lechuza y sus ojos, / el amor en la garganta”; Mónica Velasco tiene un estilo porque tiene una fauna en su registro verbal y un invernadero en la mirada. Gorriones, jilgueros, ciervas, lechuzas, erizos, libélulas, lobos, peces, tigres, avispas, una selva para perturbar nuestra concepción citadina del mundo; una invitación a lo salvaje con la prudencia de un ala que sortea en el viento la tentación para expresarse. “Colocar los ojos sobre lo desapercibido se hace carne de poemas en la obra de Mónica Velasco”, señala en el prólogo, Asunción Escribano. Tiene razón. En su sensibilidad, la poeta reconfigura el amor, lo transforma en esa mujer que se levanta de puntillas, afina su oído, agudiza la pupila y cruza con él, armada de especias, como ese pájaro que se busca en la espesura del bosque. “¿Cuánto de mí conoce el aire/ y cuánto queda entre la música”, se pregunta la escritora que acude a Szymborska y coincide con Quevedo. “Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro”, es un perturbador tratado de escucha y de belleza.
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