Mística y diligencia
¿Cómo se llama el libro? Preguntó. “El cielo sin cielo de Lima”, respondí. ¿Quién es el autor?, volvió a preguntar. “Carlos Eduardo Zavaleta”, volví a responder. ¿Precio? “Un sol”. ¿Un sol? Preguntó sorprendida. Sí, un sol. “Si todos los libros costaran así este país sería otro”, pronunció, mientras señalaba al final del documento: “Firme allí, eso es todo”. Estábamos en la Biblioteca Nacional del Perú, en la Av. Abancay, el año 2003. Había ido a solicitar los números de Depósito Legal de veinte títulos. La sede de San Borja se inauguró en marzo del 2006. Yo tenía veinticinco años y era el menos indicado para realizar trámites, pero tenía que hacerlo porque el proyecto editorial Perú Lee que publicamos con el poeta Jorge Espinoza Sánchez era un proyecto cuyo precio de sus libros nos pondría en el ojo público. Que me atienda la Lic. Alejandrina García fue mucho más que suerte. Su tono enérgico era intimidante, pero su sabiduría y su paciencia con aquel otrora jovencito negado para las gestiones de oficina, fue notable. De la Biblioteca Nacional recordamos el paso por su dirección de Francisco de Paula González Vigil, Bartolomé Herrera, Ricardo Palma, Manuel González Prada, Jorge Basadre, Carlos Cueto Fernandini, Estuardo Nuñez, Franklin Please, Juan Mejía Baca, Sinesio López, Hugo Neira, Ramón Mujica, Alejandro Neyra y Ezio Neyra, por citar a los más destacables, sin embargo olvidamos o no nos detenemos en los técnicos que son quienes sostienen un sistema que protege la memoria histórica, la producción intelectual de nuestro país. Los responsables de la oficina de Depósito Legal o de ISBN, cuyos pioneros son Alejandrina García y Gino Ocrospoma, con más de dos décadas dedicados a fortalecer el sistema de bibliotecas, atendiendo a los editores para que cuiden y mejoren la presentación de sus publicaciones. Es así: un libro es un agente de cambio, un producto que no acaba en el formato impreso, hay más: se necesita un registro para proteger precisamente la propiedad intelectual, por eso el D°L° y el ISBN. Tenía 25 años cuando conocí a la Lic. García, han pasado veintidós en los que ella, Ocrospoma, y los funcionarios de aquellas oficinas, han sido diligentes y pacientes no solo conmigo, sino con todos aquellos que continuamos acudiendo a registrar los títulos que publicamos. Son veintidós años en los que aún soy reacio a los trámites, pero son también veintidós años en los que he contado con la asesoría de profesionales que al margen del ruido político continúan allí como puntales de una institución que se sostiene gracias a su mística. Sirva esta columna como mi abrazo de gratitud y de respeto.
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