Mirémonos en el espejo chileno
Resultan alucinantes los resultados preliminares tras el destape de la Caja de Pandora ocurrido en Chile. Una veintena de muertes, crispación social generalizada, absoluto desconcierto en los estratos políticos, turbación extraordinaria en el mundo empresarial, zafarrancho generalizado entre las élites académicas. De la noche a la mañana, Chile pasaría de ser la figura del éxito latinoamericano a mostrar una disparidad nunca antes conocida por el mundo. Hasta el presidente Piñera –el principal desorientado de todos los chilenos– apenas cuatro días antes de esta explosión de protestas callejeras declaró jactanciosamente a una cadena noticiosa internacional algo así como que “Chile es la única nación de Latinoamérica que no tiene problemas”. Refiriéndose, probablemente, a sus vecinos de Perú, donde el presidente Martín Vizcarra ha dado un autocrático golpe de Estado apelando a aquel simbolismo fujimorista de la “interpretación auténtica de la Constitución”; la algarada desatada en Ecuador utilizando como fulminante la supresión del subsidio estatal a los combustibles; la cuarta reelección de Evo Morales; la tiranía venezolana; la situación socioeconómica brasileña; el muy posible triunfo de la plancha Fernández-Kirchner en Argentina, etc.
Inclusive, entre muchísimos otros privilegios, Chile se ufanaba de tener a la clase política más preparada; las Fuerzas Armadas más profesionales y mejor equipadas; la Policía –Carabineros incluidos- más competente; y las empresas más eficientes del hemisferio latinoamericano. ¡Una suerte de Suiza regional! De repente, tras la irrupción de decenas de miles de indignados, el presidente Piñera leía un mensaje pidiéndoles perdón a todos sus compatriotas por la “falta de visión ante las necesidades por las que atraviesan los chilenos (…) Los distintos gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Esta situación de inequidad y abuso, que ha significado una expresión genuina y auténtica de millones de chilenos”. Absolutamente reactivo, sorprendente, inexplicable y preocupante el motivo del perdón del mandatario sureño. Porque desde que en 1970 Allende asumiera la presidencia, hasta hoy Chile ha tenido 27 años de gobiernos socialistas, versus 22 años de regímenes de centroderecha. Y en casi medio siglo de gobernanza por quienes ellos califican como “los mejores políticos del continente”, resulta disparatado imaginar que todos –incluso el dos veces presidente Piñera– tuvieran semejante “falta de visión ante las necesidades” de los chilenos.
En nuestro caso –siendo pero muchísimo más modestos que nuestros vecinos, y reconociendo que nuestra clase política navega en el quintil inferior latinoamericano–, somos evidentemente conscientes de que, en el último medio siglo, a nuestra dirigencia le han interesado un comino las necesidades del pueblo. Están de testigo el cleptómano sistema de pensiones (estatal y privado); el abusivo, repulsivo servicio de Salud Pública; el caótico, politizado sistema de Educación Pública; la brutal Inseguridad Ciudadana, etc. En esta seria tesitura debemos comprender que con un gobernante (Vizcarra) más incompetente que sus predecesores –dedicado exclusivamente a dividir a la población y azuzar el odio político entre la gente– la explosión social ocurrida en Chile sería un pálido retrato ante lo que pudiera producirse acá. Sólo recordemos los 25 años de terrorismo.