Miguel Ángel amenaza con hablar
¿Por qué la poesía perturba? ¿Por qué su abrazo poblado de misterio? Son las preguntas que me deja “El florero amenaza con hablar” (Máquina purísima, 2024), el más reciente libro de poemas de Miguel Ángel Zapata. Maestro del poema en prosa y uno de los más importantes estudiosos de la obra de Carlos Germán Belli, Miguel Ángel nos sorprende con un hermoso libro que, por su estructura, bien podría interpretarse como un tratado de misticismo contemporáneo en el que la música y la pintura son los elementos que movilizan una poética que ha hecho de su intimidad el recurso más sensato para capturar lo cotidiano. Pero no se trata de una cotidianidad que nos presenta al poeta como una isla, todo lo contrario: estamos frente a la representación de lo que acontece en un espacio que tiene como radio ciudades que cruzan al unísono en su lenguaje; así podemos leerlo caminar con Lucas Borja en la periferia de Lima bajo el alero de su casa de Long Island. Y sucede lo mismo con sus personajes (o visitas); a todos configura en el tiempo de su discurso a un ritmo donde aparecen Beethoven, Lanzetti, Shostakóvich o Keith Richards. Hay, sin embargo, una presencia mayor, un fuego transversal que sobrecoge cada texto: la presencia de Analí a quien le dedica el conmovedor “Mi hija es un árbol de flores”, su “lagrima en el bosque, / el corazón sonando como un volcán.” Miguel Ángel Zapata no sabe si el florero ha dicho palabra alguna, pero es consciente de sus señales. El libro tiene vitalidad mística por la forma cómo aborda el temblor de las pinturas de Paul Klee, Egon Schiele o Henri Matisse, por lo particular de su división, por las siete partes que nos devuelven a la perfección de lo sagrado y la consciencia: el siete de la simbología mística como número de armonía y de reposo; o el siete de los sellos proféticos, el siete del apocalipsis y del purgatorio. El siete de la música y de los colores. “El florero amenaza con hablar” es un libro orgánico que nos retorna al poeta de la totalidad, al renacentista que cuando escribe pinta o interpreta una canción. “No se aceptan visitas/ a no ser que traigan una gota/ de ajenjo puro o una manija/ para abrir el poema de corazón/ oscuro. / Que venga solo Françoise Villon/ con más vino y pan/ caliente. / Que se acerque con su pálido corazón/ y su capa de seda rodeado de un ángel/ con diadema de estrellas. / Ahora errado de tantas sílabas/ recurro a la botella vacía del poema. / Que nadie la escurra gota a gota/ cuando el amor crece ante la horda/ purificadora del cielo.” Advierte en el poema “Visitas”, como quien nos hace un guiño desde el puente de Brooklyn mientras se toma una selfi con Allen Ginsberg, en Pachacámac. Miguel Ángel Zapata ha escrito un libro intemporal que habita en todas partes: un libro que nos mira y nos espera.
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