México sigue atropellando impunemente al Perú
La reciente actitud de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum hacia el Perú confirma su preocupante continuidad ideológica con su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Ambos mandatarios han abusado de la investidura presidencial para, sistemáticamente, desacreditar al Perú en foros internacionales, medios de prensa y en cuanta oportunidad les provoque, vulnerando principios elementales de respeto entre naciones soberanas. Esta inconducta, además de ser nefasta, responde a una lógica política que privilegia la afinidad ideológica por encima de la diplomacia.
México demanda para sí mismo independencia incondicional en sus asuntos internos, reaccionando con vehemencia ante cualquier crítica externa. Sin embargo, esa misma prerrogativa se la niega al Perú, país al que ataca cada vez que sus gobernantes no se alinean con el espectro político comunista que Sheinbaum defiende. Es más, Sheinbaum guarda sepulcral silencio frente a las sistemáticas violaciones de derechos humanos en Venezuela, así como ante la impresentable represión sociopolítica en Cuba, prefiriendo condenar las decisiones legítimas tomadas por países democráticos como el nuestro.
La Doctrina Estrada, proclamada en 1919 como principio de no intervención en asuntos internos de otros países, ha sido sepultada por los actuales líderes mexicanos.
Lo que antes fue su orgullo diplomático, ahora es una perversa herramienta de injerencia ideológica. Siguiendo el guion de López Obrador, Sheinbaum ha transformado la política exterior mexicana en un instrumento de propaganda marxista, criticando al Perú cada vez que sus decisiones no favorecen a personas afines, como el marxista Pedro Castillo.
Resulta revelador que ni Sheinbaum ni su antecesor hayan mencionado las denuncias de fraude electoral que rodearon la elección de Castillo; tampoco su sistemática intención de clausurar el Congreso, ni menos su ataque al modelo económico peruano basado en la Constitución de 1993; modelo admirado por todas las democracias occidentales por su capacidad de generar desarrollo y estabilidad, que solamente es denigrado por quienes prefieren el estatismo y el clientelismo como fórmula de poder.
La omisión deliberada de estos hechos por el lado del gobierno mexicano no es casual. Forma parte de una estrategia para legitimar a sus aliados ideológicos y deslegitimar a quienes defienden el orden constitucional y el libre mercado. Esta parcialidad no solo es injusta, sino inadmisible, porque erosiona los principios de convivencia internacional y fomenta la polarización regional.
Ante este escenario, el futuro canciller del Perú tiene una tarea urgente: manifestar con firmeza el rechazo de la ciudadanía peruana frente a semejantes atropellos de Claudia Sheinbaum. No se trata de una disputa personal, sino de defender la dignidad nacional ante una narrativa que distorsiona nuestra realidad y socava nuestra soberanía. El Perú merece respeto. ¡Y este respeto debe ser exigido con claridad y firmeza!
La política exterior no puede convertirse en un campo de batalla ideológico. Es tiempo de que México retome el camino del respeto mutuo y abandone la tentación no solamente de intervenir en asuntos internos de otros países, sino, además, de desprestigiarlos internacionalmente. Como el nuestro, que batalla por robustecer su democracia en medio de enormes desafíos.
¡Sheinbaum debe ser declarada persona no grata por el Perú!
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