Mercantilismo caviar
Uno de los mayores logros narrativos de la lucha ideopolítica latinoamericana fue incrustar el pernicioso mercantilismo como un elemento inherente a los sistemas liberales de mercado (mal llamados “neoliberalismos”). Lo cierto es que, sin importar si domina la izquierda, el centro o la derecha, los afanes mercantilistas reverdecen allí donde se riegan las visiones Estado-céntricas de la economía.
El mercantilismo es, en realidad, profundamente antiliberal. Detesta, sobre todo, la competencia propia de contextos con libertad económica operante. Su lógica se basa en la búsqueda y el enganche de contactos dentro del Estado para asegurar influencias, contratos, proteccionismos y enriquecimientos. Es el contubernio entre burócratas estatales corruptos, inversionistas voraces y políticos venales. Su auge explica buena parte del subdesarrollo que padecen los países latinoamericanos. Contra lo que suele creerse, incluso el socialismo de “crecimiento estatal” ha sido un viejo compañero del espíritu mercantilizado.
En Venezuela, por ejemplo, mientras millones huyeron por la dictadura, la hiperinflación y el estatismo, ciertos “empresarios” prosperaron bajo el bolivarianismo de Chávez y Maduro. Muchos, aún a flote como testaferros, salvaguardan fortunas fuera del país. Otros cayeron en desgracia al ser traicionados por quienes controlan el poder político y criminal desde hace 25 años. La población los conoce y desprecia como “boligarcas”, “boliburgueses” o “enchufados”. Luego emergieron nuevas camadas de ricos, como los “bolichicos”: jóvenes contratistas que amasaron fortunas con proyectos públicos incontrolados. En 2021, el medio Armando.info reveló el imperio inmobiliario de “Las Luque”, una familia de venezolanas vinculadas a jerarcas del chavismo. También Alex Saab, el presta nombre de Maduro, logró convertirse en el contratista privado favorito del régimen, eludiendo licitaciones y acumulando negocios millonarios. Incluso Odebrecht financió y obtuvo contratos por más de US$ 130 millones con Chávez y Maduro entre 2006 y 2015. Todo ello sigue impune.
Brasil fue epicentro de una de las mayores redes de sobornos de la historia: el caso Lava Jato. Lula da Silva, tótem de la centroizquierda socialdemócrata regional, fue protagonista de los pagos ilegales de Odebrecht, consorcio que se expandió por América Latina y África bajo el auspicio del Foro de Sao Paulo, ideado por Fidel Castro.
Cuba comunista representa otro paraíso del mercantilismo en forma de capitalismo de Estado, origen de una nueva oligarquía que contrasta con el pueblo empobrecido.
Como puede observarse, el mercantilismo también prospera bajo sistemas Estado-céntricos como el socialismo y los regímenes de partido único. China, con su mezcla de capitalismo estatal y capitalismo de amigotes, exhibe una lógica similar. Rusia, con su plutocracia gestada por favores gubernamentales, también: figuras como Putin o el desaparecido Prigozhin ejemplifican la colusión entre poder político y económico.
En Perú —guardando las proporciones—, el caso Sada Goray mostró cómo inversionistas “mercas” pactaban con el desgobierno prosenderista de Pedro Castillo. Sin escrúpulos, aceitaron la maquinaria estatal ocupada por la extrema izquierda, que a la par acumulaba dinero y montaba un proyecto dictatorial. Periodistas, asesores y comunicadores políticos lo promovieron en la campaña de 2021 como “el mal menor”. Goray admitió pagar S/ 4 millones a Salatiel Marrufo, jefe de asesores del Ministerio de Vivienda. También reveló pagos de S/ 10 mil mensuales a los seis hermanos de Castillo. Según expedientes judiciales, Marrufo contó que el presidente salía “encapuchado” de Palacio para recibir coimas.
¿Es exacto afirmar que el mercantilismo prebendario ocurre solo con la derecha? No. El capitalismo de amigotes ha prosperado con izquierdistas latinoamericanos, y también —en el caso peruano— con centristas procaviares como Toledo, Humala-Heredia, Villarán y Vizcarra. Los asuntos alrededor de Odebrecht y otros son evidentes.
Cabe resaltar que diversos reportajes y documentos oficiales han evidenciado que, durante la gestión de Martín Vizcarra—especialmente cuando fue ministro de Transportes y luego presidente— arrancó el auge de las "inversiones" chinas en licitaciones públicas. Con Vizcarra en Palacio de Gobierno los chinos ganaron 54 obras públicas valoradas en más de 3,900 millones de soles, superando a competidores locales y extranjeros. Faltan investigaciones a profundidad sobre estos potenciales entripados.
El mercantilismo también se ha infiltrado en gobiernos regionales y municipales de todo el país, la mayoría lejos de la derecha.
Debe decirse: el Perú no sanará mientras burócratas, “empresarios” y políticos vinculados al persistente mercantilismo corruptor sigan ocupando cargos públicos. Este mal —y sus riesgos asociados— no se limita a sectores derechistas, como se difunde selectivamente y con fines electorales, sino que opera también muy agil entre izquierdistas y funcionales "centristas" caviares, aún impunes.
