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In memoriam

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Fecha Publicación: 10/11/2024 - 22:10
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Qué rápido pasó el tiempo, parece que fue ayer cuando, por última vez, besé su frente y apreté mis manos con las suyas, poco antes de que entrara en la quietud eterna, en ese sueño de ensueño, un 14 de noviembre de 2007.
Sus manos tenían la mansedumbre de palomas cansadas y la arrogancia erguida, igual que cuando las veíamos traqueteando la antigua máquina de escribir Rémington, que siempre sonaba en el escritorio de la casa y que hoy solo suena en silencio en nuestras mentes, en el recuerdo ido...
Mi padre no está físicamente con nosotros; lo llevamos en nuestro corazón y pensamiento como una presencia latente y permanente, por todo lo que él fue como padre, esposo, abuelo y amigo.
Su palabra siempre fue cauta, franca y docta, trasluciendo perfectamente su pensamiento, sin remiendos ni ocultación. La tarea magisterial en la que estuvo inmerso por más de medio siglo es la más rica y vasta fuente testimonial de su notable personalidad y entrega hacia los demás.
Así fue mi padre, a quien familiares, amigos y exalumnos le rendimos meritorio homenaje por su dedicación al periodismo y por el aporte que brindó durante casi sesenta años de constante enseñanza humanista, valores aprendidos, conservados y compartidos desde que los recibió de niño, en su hogar, donde mi abuelo animaba tertulias familiares, al igual que su madre, mi abuela.
Él ha muerto, en fase insoslayable de su destino. Pero allí está su espíritu en cada libro, en cada artículo, auténtico, inconfundible, en la obra que lo perenniza por siempre, como antorcha viviente del periodismo decente y ético que perdurará en el tiempo conmigo y con mi hijo Francesco, en las tres generaciones de Vignolo periodistas. Pero jamás podremos ser más de lo que él fue, un apóstol del periodismo.
Ya no lo vemos en el escritorio de la casa leyendo algún libro con el fiel “Negro”, su engreído, o en el “jardín de la chola”, como le decía a mi madre, el amor de toda su vida y con quien compartió casi medio siglo. Ya no comeremos ravioles o lasañas ni tomaremos vino tinto en una tarde de domingo, rodeados de lo primordial y básico que es la familia.
Desde su cúspide de gloria continuó siendo sencillo, generoso, modesto, dueño de una sola ambición, colmada: escribir cada día casi desde el alba, el momento de la máxima pureza, de la luz virginal que tanto le entusiasmaba, así como el sol.
Mi padre fue llamado un 14 de noviembre, hace diecisiete años. Sus ojos, como los de mi nieta Fiorella, despedían destellos, esparcían afecto, amor, bondad, sencillez, ternura y franqueza con cada palabra que brotaba de sus labios. Esos ojos se cerraron inexorablemente para siempre…, para estar sentado a la diestra del Señor.
Él tenía la riqueza adentro, en sí mismo; era la riqueza que le saciaba con esplendidez: escribir, dictar clase, enseñar; ese era su arte, el regocijo espiritual que disfrutaba y compartía y que es deber mío, de mis hijos y nietas, continuar en esta brega generacional de mantener el apellido ligado al periodismo, por el sendero de la docencia y la decencia.
Mi padre fue un hombre de paz, concordia y tolerancia. Pensó y actuó en sintonía perfecta con su conciencia, buscando el equilibrio que asegurara el deber ser, el resplandor de la razón, la necesaria armonía y el valor de la justicia.
¡Gracias por tanto! Te queremos mucho; tu luz siempre alumbrará, aunque haya nubarrones, tu antorcha perdurará por siempre con nosotros.

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