Marco moral
En la actualidad vivimos en una sociedad eminentemente tecnológica, quienes la dominan ni se imaginan el gran poder que tienen en sus manos o en sus equipos electrónicos, quien maneja los datos o la información tiene el poder, todos tenemos ese poder gracias a nuestros datos y a nuestra información; cada persona tiene una cantidad incalculable de datos: personales, financieros, clínicos, gremiales, políticos, de consumo y un largo etcétera; cada vez que visitamos un sitio web, es posible saber qué vamos a hacer porque nos han visto visitar miles o millones de sitios web antes; el análisis de datos puede predecir lo que vamos a hacer, permite que seamos conocidos, inclusive, antes de revisar nuestro correo o nuestro Smartphone. Lo expresado es un simple ejemplo de lo que se puede hacer con nuestros datos, pero más que reflexionar sobre lo que se puede hacer, debemos cavilar sobre lo que deberíamos hacer, es decir, qué es lo correcto por hacer.
La primera idea sobre la cuestión sería: alguien crea o construye y otros usan esas creaciones o construcciones, es lo evidente; sin embargo, debemos analizar el tema con mayor detenimiento, con el deseo de que las personas creadoras de tecnología piensen en lo que deberíamos hacer con ella. Respecto a los datos de una persona, ¿qué deberíamos hacer con ellos? Podríamos recopilarlos para mejorar su experiencia digital, podemos obtener ganancias con ellos, podemos obtener protección si no trama nada bueno; pero ¿acaso no debemos respetar su privacidad, proteger su dignidad o dejarlo en paz? Al tener datos, tenemos poder, sin embargo, nos falta un marco moral, conocemos y nos servimos de sistemas operativos, estacionarios y móviles; ¿por qué no pensar en un sistema operativo moral? Todos sabemos lo que está bien y lo que está mal, nos sentimos bien cuando hacemos algo bueno, nos sentimos mal cuando hacemos algo malo, alabamos lo bueno y reprochamos lo malo; para ello, tenemos técnicas, tenemos instinto, consultamos, elegimos; si queremos sentir mayor seguridad, necesitamos ese marco moral que nos guíe, que nos diga qué es correcto o incorrecto, que nos oriente en determinadas situaciones.
El viejo Platón ya se preocupaba por el bien y el mal, quería saber qué es lo justo o injusto, buscaba la verdad por encima de la justicia, quería la verdad objetiva, asemejaba a la ética con las matemáticas; si pensamos así, tenemos un marco moral platónico. Aristóteles cuestionó a su maestro, sosteniendo que la ética era una cuestión de tomar decisiones en el aquí y ahora, utilizando nuestro mejor juicio para encontrar el sentido correcto; para él, la ética no podía ser como las matemáticas. Hace dos siglos, John Stuart Mill defendía un marco moral utilitario: observar, calcular o medir las opciones y elegir la mejor, se pueden mirar las consecuencias y ver si es bueno o malo hacer tal o cual cosa. Kant sostuvo que deberíamos usar nuestra razón para descubrir las reglas por las cuales debemos guiar nuestra conducta, obligándonos a seguir esas reglas, sin cálculo alguno. En medio de esta maraña filosófica, nos preguntamos ¿cómo debemos tomar nuestras decisiones?
La ética no es fácil, requiere pensar, algo que las máquinas no pueden hacer por nosotros; no solo podemos pensar, debemos hacerlo; pensemos, por ejemplo, en la última vez que tomamos una decisión en la que nos preocupaba si hacíamos lo correcto o no, con cuál de los marcos morales expuestos en el párrafo anterior tuvimos concordancia, contrastemos con personas que realicen actividades diferentes a la nuestra, ampliemos la perspectiva. Preocupémonos por el bien y el mal, eso también debe ser aplicado en las nuevas tecnologías; tenemos tanto poder ahora que depende de nosotros la decisión de qué hacer, averigüemos qué pasará con esta tecnología y hacia dónde nos llevará.