¿Marchar o no marchar?
Hoy en día, la indignación de la población se ha incrementado. Más allá de lo que puedan decir las encuestas que arrojan altos porcentajes de desaprobación tanto para el Congreso como para el Gobierno, hoy la temperatura más realista de la situación política, la más cercana al ciudadano, la medimos en las redes sociales, en las sobremesas familiares, en los mercados ante el alza de productos. Sin embargo, ¿por qué esa indignación mayoritaria no sale a las calles? ¿Por qué aún vemos personas renuentes a salir a marchar? ¿Es acaso importante manifestarnos?
Históricamente, la población se ha manifestado a favor de las luchas sociales como la huelga de los obreros textiles en el año 1911 o la primera huelga nacional indefinida de la Sutep en la dictadura de Velasco en 1978. También, frente al rechazo al poder de turno como la marcha de los “4 Suyos” realizada en el 2000 y la marcha del 14 de noviembre del 2020 ante la sucesión constitucional de la presidencia de Manuel Merino, en la cual dos jóvenes perdieron la vida. Sin embargo, en la actualidad, la inestabilidad política y la crisis generada por las investigaciones por corrupción contra el presidente Castillo, así como el caso de “Los Niños” en el Congreso, no parece ser suficiente para motivarnos a salir masivamente a alzar nuestra voz.
La movilización pública es una manifestación concreta del ejercicio de la libertad de expresión, del derecho constitucional a reunirse de forma pacífica en lugares públicos. Un derecho humano reconocido cuyo ejercicio se sujeta a lo establecido por ley. En resumen, una expresión genuina de la democracia que el Estado debe garantizar sin criminalizarla sujetándose a las delimitaciones desarrolladas por el Tribunal Constitucional. Entre ellas, por ejemplo, las referidas al ejercicio abusivo por parte del Gobierno de declarar Estados de Emergencia para recortar derechos vinculados a la libertad individual como el de la manifestación pública.
Como ciudadanos, ¿somos conscientes de este derecho y su importancia? En esa misma línea, ¿por qué valoramos más con quien salir a marchar que tener la libertad de expresar nuestra opinión? Y si no nos gusta quiénes organizan las marchas, ¿qué estamos haciendo para promover que otros con quienes sí simpatizamos, se muevan? Claro, nadie puede obligarte a marchar con quien no quieras, tampoco a salir a marchar si consideras que es una pérdida de tiempo. Pero la pregunta queda aún en el aire, si estás cansado de esta situación y quieres un cambio, ¿qué estas haciendo para lograrlo?
Definitivamente, creo que todo es parte de nuestra ausencia de formación cívica, de nuestro cansancio y desconfianza al no ver reacción en la clase política. Hemos perdido la capacidad de indignarnos, de reaccionar, preferimos fijarnos en los detalles, “con ellos sí, con ellos no”, siempre atrapados en las peleas de Twitter y los dos flancos DBA vs. caviares. Al final del día, no logramos lo único que logrará sacarnos del hoyo: unirnos.
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