“Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”
Queridos hermanos nos encontramos ante el domingo XV del tiempo ordinario. La primera lectura de este día es del libro del Deuteronomio, nos dice: “Moisés habló al pueblo, diciendo: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma”. Hermanos, escuchar es amar a tu prójimo y para poder amar al otro, según los preceptos divinos como a ti mismo, debemos aprender a poner la mejilla ante aquel que nos hace el mal. De esta manera, experimentaremos la paz y la alegría del ser cristianos. Moisés hace una pregunta al pueblo: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos? Ni está más allá del mar, para poder decir: ¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos? El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas”. Esta es la Palabra de la escucha, es Dios quien quiere sembrar en nosotros sus mandamientos para que los acojamos con humildad en nuestros corazones y los cumplamos. Respondemos a esta lectura con el salmo 68: “Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Yo soy un pobre malherido; Dios mío, tu salvación me levante. Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo, los humildes, y alegraos; buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos”. Este salmo nos muestra la experiencia del hombre que clama la ayuda de Dios. Quiero invitarlos a clamar y buscar a Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura. La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses: “Cristo Jesús es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y dominaciones, principados y potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra”. Pidamos al Señor que se dé esta impronta en nosotros, invoquemos el nombre de Jesús para recibir la plenitud de su ser y veremos la actuación de su poder sobre nuestros defectos y pecados. El evangelio es de San Lucas y nos dice: “Se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? Él respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo. Él le dijo: Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida. Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondió Jesús diciendo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Él dijo: El que practicó la misericordia con él. Jesús le dijo: Anda y haz tú lo mismo”. Jesús presenta a ese maestro el “Shemá”, donde Dios nos invita a practicar la misericordia. ¿Quieres saber quién es Dios? Dios es misericordia y es una acción que debemos tener hacia aquellos que nos encontramos en la calle o los abandonados. Acércate a él y ayúdalo, dale tu afecto, tu humanidad y así podremos mostrarles la sobrenaturalidad del amor de Dios ¡Ánimo! Te invito a hacer esta experiencia. Veremos así la gracia de Dios en nuestras vidas, nos dará su fuerza y su espíritu. Que la bendición de Dios esté con ustedes y sus familias.
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