Maduro: la torpeza del narco-tirano
La vicepresidenta Delcy Rodríguez amenazó a los Estados Unidos y les dijo “cálmense”. El presidente Trump está muy tranquilo con todos sus barcos en posición; de hecho, ayer la última nave que se esperaba atravesó el canal de Panamá rumbo al Caribe venezolano. Rodríguez dejó en evidencia la desesperación de una tiranía cercada. Su amenaza es hueca: la Fuerza Armada venezolana exhibe su ruina con barcos varados por falta de repuestos, submarinos inoperativos, aviones de combate canibalizados para mantener unos pocos en vuelo y una marina mercante reducida a casi nada.
Maduro y sus generales desvían fondos públicos hacia sus cuentas personales y negocios turbios con el narcotráfico, la minería ilegal y expoliando coltán. Al propio Maduro se le requisó una multimillonaria villa abandonada en la playa Juanillo, en Cap Cana, y setecientos millones de dólares en bancos de la República Dominicana, país que impidió que su esposa se asentara allí hace un par de años.
La corrupción es el gran enemigo de la narco-tiranía venezolana. Lo que queda de su flota y aviación, otrora orgullo de la región, se encuentra en estado calamitoso. Ninguna potencia confiaría en un aliado militarmente quebrado, incapaz de proteger sus propias fronteras y cuyo combustible ni siquiera alcanza para maniobras sostenidas.
El jueves, el medio Axios, vinculado a los principales asesores de Trump, mencionaba que Maduro podría terminar en una bolsa negra traicionado por uno de los suyos. Con una cabeza a la que le han puesto un valor de cincuenta millones de dólares, podría ser cualquiera, o quienes requieran la merced del gigante del norte.
Nicolás Maduro está solo, hasta el reino de Noruega ha reconocido que ha generado víctimas de todo tipo. Maduro paga por inventarse enemigos externos para perpetuarse. Uno de sus grandes errores geopolíticos fue su insistencia en anexarse el Esequibo, un territorio en disputa con Guyana, que encendió las alarmas de la región y de las potencias mundiales. Lejos de fortalecer su posición, mostró fragilidad y la absoluta soledad diplomática venezolana.
La torpeza fue doble: Guyana no es un actor aislado; limita con la Guayana Francesa, territorio de ultramar de Francia y, por tanto, parte de la Unión Europea. Cualquier aventura expansionista toca intereses del viejo continente; y esto se dio cuando Estados Unidos reforzaba su presencia en el Caribe con su IV Flota, que opera para contener cualquier intento de desestabilización proveniente de Caracas o de sus aliados en la región. Estados Unidos va ahora por el Cártel de los Soles, y Maduro es su máximo jefe.
Sus supuestos padrinos globales marcan disimulada distancia. Rusia, enfrentada a su propia guerra en Ucrania, ha dejado de lado cualquier gesto militar en el Caribe. China no quiere ser arrastrada a una aventura sin futuro. Queda, pues, el apoyo de regímenes como Irán, que usa Venezuela como plataforma para grupos terroristas en la región.
La tiranía se desmorona por su corrupción insaciable, por el quirúrgico trabajo de infiltración de la inteligencia estadounidense y esa mujer de hierro que es símbolo de la resistencia de todo un pueblo: María Corina Machado.
Con qué grandeza pasaría a la historia Dina Boluarte si apoyara abiertamente a esa mujer y con qué dignidad el Perú si hiciera lo propio con el operativo contra la narco-dictadura.
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