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Los tibiecitos sirven a los comunistas

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Fecha Publicación: 04/01/2025 - 21:20
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Dicen los tibiecitos latinoamericanos que la transición hacia la democracia corresponde exclusivamente a los venezolanos. Esa postura es tan imbécil y perversa como sostener que los países de Europa invadidos por el poderoso ejército nazi —en los años treinta del siglo pasado— no eran un problema del resto del mundo; es similar a decir que los judíos debieron aprender a escapar de los campos de concentración para no morir en las cámaras de gas.
En la práctica, los tibios son tan inservibles que terminan sirviendo a los comunistas, a los terroristas, a los grandes ladrones de cuello blanco, practicando un buenismo con el enemigo. Los políticos tibios, esos que dicen ser de centro en nuestro continente, simplemente no se atreven a tomar posturas claras y son incapaces de defender principios sólidos. Los tibios son un peligro latente para el Perú y todas las naciones de la región donde proliferan. En Europa, al menos, el centro tiene un antiguo origen de base agraria, mientras que en el Perú son señoritos mediocres que no distinguen el bien del mal y se guían por egos, antipatías y narcisismo antes que por ideologías. El tibio es condenado hasta en el Apocalipsis: “Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:16).
La falta de decisión y compromiso de los tibios desilusiona, bloquea el progreso, perpetúa la apatía y el estancamiento. Su aparente neutralidad los convierte en cómplices de grandes injusticias, pues su indiferencia ante el mal es en sí misma una forma de perpetuarlo. Rellenos como pavos, pero de promesas vacías, cacarean discursos ambiguos y sus acciones son siempre mediocres. Todo esto solo deja a los ciudadanos en la incertidumbre, socavando la confianza en las instituciones, debilitando la democracia y abriéndole paso a los comunistas. Ningún país necesita políticos complacientes, sino líderes valientes. Los tibios son navegantes sin rumbo, que van de tumbo en tumbo entre la conveniencia y la traición.
El presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, estuvo en Argentina, un país cuyo presidente lo ha reconocido como quien debe asumir los destinos de ese país hecho añicos por el chavismo. Grandeza tendría Boluarte de invitarlo y, en un balconazo, exigir la libertad de Venezuela y ponerse del lado correcto de la historia.
Boluarte no parece ser consciente del gran dilema que marcará su destino y el del Perú. La historia no perdonará su silencio frente a las dictaduras cubana y venezolana. La ambigüedad nunca es buen refugio, y menos para quienes, como ella, enfrentan graves acusaciones.
Estar en el lado correcto de la historia no es una cuestión moral. Los grandes avances de la humanidad se han construido sobre decisiones incómodas y arriesgadas y la firmeza de quienes se sacudieron de la mediocridad.
Boluarte tiene que elegir entre ser la tibia espectadora de la decadencia del país o la arquitecta de un futuro digno. El juicio de la historia será implacable con ella, y también la justicia si no enmienda, ya, el rumbo.

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