Los perros y el vagabundo
Un gran incendio se registró el pasado viernes 9 de junio en un almacén de reciclaje, cerca del centro comercial Gamarra de La Victoria. Hasta el lugar llegaron 10 unidades de bomberos para controlar el siniestro. Todas las personas que se encontraban dentro del inmueble lograron salir, pero 25 perros estaban atrapados en el techo de la vivienda.
De improviso, el gentío ve correr a un hombre que hasta ese momento había pasado desapercibido. Algunos vecinos saben su nombre, Sebastián, pero otros, los más, saben que es el vagabundo que duerme bajo los puentes. Ha dejado a su perro en la azotea del almacén que sirve como albergue de pequeños animales sin techo y sin comida. Corre y trepa el edificio de tres pisos entre llamas y humo, hasta que llega a la azotea. Parado en la cornisa, comienza a lanzar uno a uno los perros a unas colchonetas que los vecinos han improvisado. Entre la desesperación del humo, varios lo muerden, pero todos se salvan finalmente.
Perros sin dueño y vagabundos sin norte pueblan todos los lugares de la tierra. Quizás por ello suelen ser amigos. Ambos se dan la mano, o más precisamente, el uno la mano y el otro la pata. Los dos están donde están sin saber por qué, pero fieles a una costumbre que se remonta a los albores de la historia. En la penumbra de las noches sin nada, ambos se reconocen y se buscan. Mientras el vagabundo recuerda sus andares, el perro ladra a la soledad que lo está acechando desde siempre. Al final y bajo el puente que los cobija, los dos duermen un sueño sin pesadillas y sin saber que estarán allí otra vez para repetir esa pobre liturgia de las calles, esa sorda letanía que suena en muchos arrabales del mundo.
El vagabundo es para muchos que han visto esta historia por televisión un héroe urbano, sin embargo él no sabe lo que es eso. Quiso salvar a sus hermanos perros como San Francisco trató de salvar a su hermano lobo. Su suerte fue distinta, pero eso no importa. Ambos estaban movidos por una pulsión que es a la vez animal y humana. Ambos se quedarán o marcharán, mas su elegía será recitada por muchos en el oficio diurno y nocturno de la vida.
Francisco de Asís amansó al lobo de Peruggia. José de Cupertino hablaba con las ovejas y las golondrinas lo seguían en sus caminatas. Sebastián de Cali pero también de Lima, le cantaba vallenatos a su perro mientras este dormía. Tú, yo, cualquiera de nosotros que acariciamos a Coco, Beppo, Turco, sabemos que siempre nos esperan.
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