Los partidos políticos y la vigencia de la democracia
La democracia es una forma de vida política, entendida como una forma de gobierno, es decir, en una estructuración del poder en la que su funcionamiento se sustenta en la participación organizada de la población, dentro de los parámetros establecidos por el ordenamiento jurídico vigente de un Estado y donde, entre otras características, destacan la participación de los ciudadanos, a través del voto, para la elección de sus autoridades y la renovación periódica de quien o quienes ejercen el poder político.
Por su parte, los partidos políticos son las agrupaciones de personas que, con cierto grado de permanencia en su organización e, igualmente, en cumplimiento de las disposiciones legales respectivas, realizan acciones encaminadas para acceder al poder, a fin de ejercerlo directamente o para tenerlo a su alcance por intermedio de sus miembros, cuando forman alianzas con quienes se encuentran en el manejo de la toma de decisiones.
De lo dicho se deduce que no puede haber, ni menos funcionar, un sistema democrático que no cuente con una población organizada, en este caso, dentro del marco de un partido político, que le permita actuar en la dinámica nacional. A este respecto, hay que agregar que no deja de ser importante la presencia de los grupos de presión, permanentes o eventuales, que canalizan las exigencias y reclamos sectoriales de la población, ejerciendo presión sobre los detentadores del poder para lograr sus objetivos.
En ese sentido, dos son las diferencias que distinguen a los grupos de presión con los partidos políticos. Los primeros, no buscan el poder, sino presionar sobre quienes lo ejercen y su nivel de interés es particular; es decir, pretenden obtener decisiones de gobierno que favorezcan los intereses particulares de los integrantes del grupo. En cambio, las agrupaciones partidarias, como ya se destacó, están tras la captura del poder y su grado de interés, por lo menos teóricamente, es garantizar y promover el bien común, que es la finalidad del Estado.
Si estos elementales conceptos, que nos ofrece la Ciencia Política, nos sirven de punto de partida para analizar la realidad del Perú de estas últimas décadas, vamos a encontrar allí la explicación del por qué tenemos una democracia débil, o lo que es lo mismo, aún no suficientemente institucionalizada, quedándonos con una democracia de papel, por cuanto la encontramos sí en nuestra Constitución, pero muy lejos de la que aspiraron los constituyentes que prepararon nuestras Cartas Políticas. Razón por la cual nuestras Constituciones terminan siendo únicamente “un conjunto de buenas intenciones”. Es lo que se conoce como “Constitución nominal”, por cuanto su vigencia y vigor no se adecua a la realidad social, política y económica existente de la población para la cual fue elaborada.
Es lamentable, pero hay que decirlo para llamar la atención y mejorar. Los llamados partidos políticos son en realidad organizaciones políticas no partidarizadas, cuyo origen o nacimiento gira en torno a la fuerza de la personalidad e imagen de un líder, generalmente carismático, y que sirve de fuente de inspiración para la creación de una nueva organización partidaria, cuyo afán será, sin duda, promover su candidatura a la presidencia de la república.
A pesar de que desde hace muchos años contamos con una ley de organizaciones políticas, que debía asegurar que la democracia interna en los partidos realmente funcione, hasta hoy no podemos comprobar fehacientemente que sí es utilizada, permitiendo que la militancia partidaria sea la que señale el camino que debe seguir su partido.
Esta realidad es la que nos permite entender la razón del por qué la ciudadanía tiene tan poco interés de forma parte de un partido político. Si sumamos la cantidad de militantes que formalmente aparecen inscritos en el padrón que controla la Oficina de Registro de Organizaciones Políticas del Jurado Nacional de Elecciones, de todos los partidos con inscripción vigente, con toda seguridad no llegamos ni siquiera al 10% del total de electores a nivel nacional. O sea, el 90% de la ciudadanía no tiene compromiso político partidario; en consecuencia, su voto es inspiración de la influencia populista que desarrolla una candidatura.
La ciudadanía en el Perú, para contribuir con el desarrollo de nuestra democracia, debe actuar orientada a fortalecer los partidos políticos, independientemente de las concepciones ideológicas que los inspire, por cierto, siempre dentro de las normas legales vigentes.
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