Los mitrados al ataque
En carta —que más parece arenga— “dirigida al pueblo peruano”, los obispos de este país parecen estar decididos a fomentar la, de por sí, intolerable inseguridad nacional, advirtiéndonos que la flamante ley que concede amnistía a los policías y militares que combatieron a Sendero Luminoso —a lo largo de aquel cuarto de siglo de baño de sangre desatado por la mafia terrorista liderada por Abimael Guzmán— “vulnera el derecho a la verdad y a la reparación de miles de víctimas, al tiempo que debilita el tejido social y los esfuerzos de reconciliación nacional”. Palabras más, palabras menos, una burda imitación de la prédica de aquella nefasta Comisión de la Verdad que pretendió cincelar en piedra la narrativa de las izquierdas que, directa, indirecta e hipócritamente, siempre han simpatizado —y simpatizan— con los postulados comunistas y las acciones terroristas de Sendero Luminoso y MRTA.
Apelando al típico doble sentido de la jerga izquierdista, si bien los mitrados identifican a Sendero como principal perpetrador de crímenes —sin completar la frase, como corresponde, con el clásico calificativo “de lesa humanidad”—, estos apelan más bien al término buenista de “conflicto armado” para referirse a aquella guerra sanguinaria, desatada y enfocada contra la sociedad peruana a lo largo de todo un cuarto de siglo por Sendero y el MRTA; defendida, a su vez —durante todo ese tiempo— tanto por nuestros valerosos militares como por los heroicos policías peruanos quienes, finalmente, no solo salvaron de la muerte —o de permanecer lisiados para siempre— a muchos miles de ciudadanos, sino que recuperaron los territorios secuestrados por los terroristas, al costo de ofrendar su vida y/o su salud por cumplir con su obligación.
No obstante, refiriéndose a nuestros uniformados, los obispos lamentan que “algunos de quienes tenían el deber de cuidar a sus hermanos respondieron con igual barbarie” que los terroristas. Oigan, señores mitrados, ¿cómo debieron responderles? ¿Con guantes de seda? ¿Acaso aquello no fue una guerra despiadada y, además, en desigualdad de condiciones? Porque los terroristas tenían infinitas armas robadas a las fuerzas del orden con las cuales, trajeados de pueblerinos, emboscaron, dispararon y asesinaron con sevicia a soldados y a policías. Ante este escenario, ¿acaso cabía aplicar el buenismo frente a la barbarie?
El mamotreto obispal finaliza colocándose en medio del debate político actual. Nos referimos al prefacio electoral que se avecina, sumándose la voz de la Iglesia Católica a la campaña “por los pobres”. A la misma que se aferra el extremismo, en coro con entidades locales e internacionales que demandan anular la amnistía estudiada, debatida, aprobada y promulgada por nuestros poderes Legislativo y Ejecutivo. El mensaje de nuestros obispos procura satisfacer a las víctimas civiles y condenar como criminales a nuestros uniformados; para coincidir —apelando a la prédica del fallecido Papa Francisco— con aquello de “nuestro compromiso con los derechos humanos no termina nunca”. Lo impresentable de estos obispos es que consideran que los derechos humanos no les corresponden a aquellos policías y militares desgarrados, mutilados e inutilizados per secula por el machete y la dinamita terrorista.
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