“Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”
Queridos hermanos, hoy celebramos el Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, y las lecturas que nos presenta la Iglesia nos invitan a reflexionar sobre el espíritu de la profecía, la riqueza mal empleada y el llamado a vivir con coherencia nuestra fe.
La primera lectura está tomada del libro de los Números, donde se relata cómo el Señor descendió en una nube y habló con Moisés. El Espíritu de Dios fue derramado sobre 70 ancianos para que ayudaran a Moisés en su misión de gobernar al pueblo. Sin embargo, dos de los ancianos, Eldad y Medad, no estaban en el campamento cuando el Espíritu descendió sobre ellos, y aún así comenzaron a profetizar. Ante esta situación, Josué, el ayudante de Moisés, le pidió que los detuviera. Pero Moisés, lleno de sabiduría, respondió: “¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y el Señor infundiera su espíritu sobre ellos!”.
Este pasaje nos enseña que el Espíritu de Dios no está limitado a un grupo exclusivo. El Espíritu Santo sopla donde quiere, y todos estamos llamados a ser profetas, a hablar y actuar en nombre de Dios. Moisés deseaba que todo el pueblo de Israel pudiera recibir el Espíritu y vivir conforme a la voluntad divina. Esta invitación sigue siendo válida para nosotros hoy: ¡Ojalá toda la Iglesia profetizara! Ojalá todos nosotros, como pueblo de Dios, fuéramos testigos de la verdad, proclamando con nuestra vida y nuestras acciones el mensaje de salvación.
En respuesta a esta lectura, el Salmo 18 nos recuerda que “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”. Las palabras de Dios son verdaderas y justas, y cuando las seguimos, encontramos sentido y alegría en nuestra vida. Los mandamientos de Dios no son una carga, sino un camino que nos conduce a la plenitud y a la verdadera libertad. Al vivir según su palabra, experimentamos la paz que solo el Señor puede dar.
La segunda lectura, tomada de la carta de Santiago, nos ofrece una advertencia muy clara: “Vosotros los ricos, llorad por las desgracias que os esperan”. Santiago condena a aquellos que acumulan riquezas sin ser solidarios, sin pensar en los pobres y necesitados. Nos recuerda que la riqueza material, cuando no se comparte, se corrompe como la ropa roída por la polilla. Vivimos en un mundo donde hay una gran cantidad de personas que sufren hambre, desnudez y necesidad, mientras otros acumulan sin fin. Santiago nos llama a no ser insensibles ante el dolor de los demás, a no vivir en el lujo y el placer mientras otros carecen de lo más esencial.
Este mensaje es muy relevante para nuestros tiempos. Hoy vemos la realidad de millones de migrantes, personas que huyen de sus países buscando un futuro mejor, y tantos otros que viven en pobreza extrema. ¿Qué estamos haciendo nosotros, como cristianos, para ayudar? ¿Cómo estamos respondiendo a las necesidades de los más vulnerables? La riqueza, si no se usa para el bien, es una condena para quienes la poseen de manera egoísta. Santiago nos invita a ser generosos, a no acumular tesoros en la tierra, sino a poner nuestra confianza en Dios y compartir con los demás.
El Evangelio de San Marcos también nos ofrece una enseñanza profunda sobre la unidad en la misión de Cristo. Los discípulos, preocupados por la pertenencia a su grupo, le dijeron a Jesús que habían visto a alguien expulsar demonios en su nombre y que intentaron detenerlo porque “no es de los nuestros”. Pero Jesús les corrigió diciendo: “No se lo impidáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
Este pasaje nos enseña a no ser excluyentes ni celosos. La misión de Cristo no está reservada para unos pocos; todos estamos llamados a colaborar en la obra del Reino. Jesús nos invita a abrir el corazón y a reconocer que, siempre que alguien actúe en su nombre, está haciendo el bien, aunque no pertenezca a nuestro grupo. La caridad, la humildad y el servicio son los signos auténticos de quien sigue a Cristo.
Finalmente, Jesús nos habla de la radicalidad con la que debemos enfrentar el pecado. “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela... Si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo... Si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo”. Estas palabras no deben tomarse literalmente, pero nos muestran la importancia de apartarnos de todo aquello que nos aleja de Dios. Jesús nos llama a ser radicales en nuestra lucha contra el pecado, a no permitir que nada nos desvíe del camino hacia la vida eterna.
Hermanos, hoy se nos invita a vivir con coherencia nuestra fe, a ser profetas en medio del mundo, a compartir nuestras riquezas y a ser radicales en nuestro seguimiento de Cristo. Que no tengamos miedo de ser instrumentos de Dios, proclamando su mensaje con valentía y generosidad.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros y os acompañe siempre. Amén.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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