Los incendios forestales y el cambio climático
En estas últimas semanas, no únicamente en el Perú sino en esta parte del continente, las poblaciones que habitan la región amazónica andan preocupadas por el incontrolable incremento de los incendios forestales que atentan contra la fauna y flora, generando la posibilidad de que se inicie un desabastecimiento de productos de primera necesidad que sirven de sustento primario en la satisfacción de las necesidades de muchos millones de personas.
Se atribuye este serio atentado contra la naturaleza, principalmente, a la actividad de quienes realizan actividades agrícolas, señalándolos como los causantes del inicio de estos incendios, al provocar y promover la quema de productos, bajo la creencia de que, frente a la marcada sequía a la que se ven expuestos, no cuentan con los recursos hídricos que les permitan regar sus campos de cultivo. Al respecto, inclusive, ya se está considerando la posibilidad de penalizar esta costumbre, con la finalidad de castigar a los responsables de estas acciones, derivadas de la costumbre y tradición que culturalmente caracteriza a estos sectores poblacionales.
La información periodística que se viene difundiendo, y que nos dice que, así como en nuestro territorio nacional, igualmente en Brasil y, últimamente, en el Ecuador, están siendo expuestos no solamente a un proceso de deforestación, sino también a la pérdida de vidas humanas, las cuales ya se han producido. Las autoridades gubernamentales de estos países, se supone, vienen actuando en el sentido de evitar la propagación de zonas expuestas a estos incendios.
Pero lo que no se dice, y allí está el origen de la forma en que se vienen comportando los climas de los países afectados, es que el principal problema de la variedad desacostumbrada de los cambios climatológicos en estos últimos tiempos es consecuencia del cambio climático, que a nivel mundial está afectando a prácticamente todos los países del orbe.
En la reciente asamblea general de las Naciones Unidas, su Secretario General, António Guterres, preocupado por los conflictos bélicos que no paran y que la ONU parece impotente para evitarlos, manifestó que los Estados se encuentran en “un barril de pólvora que corre el riesgo de envolver al mundo”; pues, la conducta o comportamiento de las grandes potencias, en el marco de la comunidad internacional, por razones especialmente económicas, siguen adoptando una posición que, en lugar de promover el alto el fuego, abastecen con logística y recursos dinerarios por muchos miles de millones de dólares a sus países aliados que se encuentran envueltos en las inhumanas guerras, atentando contra los conceptos o aspiraciones que promueve el eco-pacifismo. Pues los efectos de las guerras alcanzan a afectar el equilibrio ecológico en el planeta.
Por lo tanto, tiene razón el papa Francisco, que en su visita a Bélgica con motivo de la celebración de los 600 años de la fundación de la Universidad Católica de Lovaina, al ocuparse del cambio climático, lo atribuyó a “la arrogante indiferencia de los poderosos que anteponen siempre los intereses económicos”. En ese sentido, y teniendo presente que los Estados “poderosos” se encuentran en las NN.UU., con su especial presencia como miembros permanentes del Consejo de Seguridad, entonces corresponde a ellos deponer sus aspiraciones económicas y de control político dentro de la sociedad internacional, para conseguir el cambio de conducta de sus autoridades.
Mientras que son cinco los países que tienen la condición de permanentes en el referido Consejo de Seguridad, son 193 los Estados Miembros que integran la ONU, como el más importante organismo internacional del mundo, del cual depende el mantenimiento de la paz internacional y de la preservación y conservación de los recursos naturales que requiere la generación de hoy y la de mañana. Por lo tanto, las Naciones Unidas, haciendo honor a su denominación, debe orientar su accionar hacia la búsqueda de un mundo mejor para la humanidad.
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