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Los fantasmas en el Congreso

Fecha Publicación: 13/01/2019 - 20:22
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Un amigo hace unos días me preguntaba si en el Palacio Legislativo “penaban”. Mi respuesta fue que sí y que yo había sido testigo de algunos de estos hechos fantasmagóricos.

La primera vez fue en el mes de agosto de 1980, cuando me iniciaba en el trabajo parlamentario, desempeñándome como ujier. En esa época, los ujieres éramos “porteros” en las mamparas que separan el pasadizo de los pasos perdidos con los de acceso al Senado y también celadores nocturnos, además de alcanzar papeles y cafés en el hemiciclo

Una vez a la semana, y cuando ya no quedaba nadie en el sector que correspondía al Senado dentro del Palacio Legislativo, teníamos la función de verificar si las puertas estaban cerradas, si algunas oficinas se habían quedado con la luz prendida –en cuyo caso apagábamos los tableros de electricidad del edificio– y si algún olvidadizo había dejado los grifos de los baños abiertos. Este trabajo lo hacíamos en grupo de dos.

Una madrugada junto con Mario Escobedo Béjar, cariñosamente llamado “Bedoyita”, caminábamos por el tercer piso del Senado y en plena oscuridad, salvo la luz  tenue de una  linterna, vimos las ánimas de seis personas; alguna de ellas fumando y discutiendo acaloradamente, vestían de terno elegantes  y su apariencia era de gordos perfiles.

Yo me quedé en una pieza, pero Mario, quien venía trabajando desde la Asamblea Constituyente de 1978 y que con seguridad ya había pasado varias de esas escalofriantes situaciones, me dijo: “no voltees, sigue caminando como si no los vieras”.

Yo no podía creerlo, la charla de esos espíritus era de lo más real y me atrevo a decir que veía hasta el humo de los cigarrillos, pero Mario, mientras caminábamos, seguía dándome tranquilidad hasta que doblamos la esquina del pasadizo de donde se desarrolló el hecho.

Con los años en la Oficialía Mayor, con las luces apagadas mientras me echaba una siesta de media tarde, he sentido que me han pegado en la cabeza y en otras hasta me han tocado la parte trasera del pantalón mientras dormía de espaldas. Y en más de una ocasión hasta me han gritado al oído: “Pepe”, lo que hacía que despertara de mi descanso.

Así, querido José Romero Arce, doy públicamente respuesta a tu interrogante, y de seguro en las charlas de café que sigamos teniendo semanalmente, te iré contando más anécdotas de mi paso por el Congreso.

JOSÉ CEVASCO

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