Los derechos humanos como idolatría
Comenzaré diciendo que el autor del presente título es el ensayista Michael Ignatieff, en el cual afirma que los “derechos humanos son mal interpretados si los vemos como ‘una religión laica’. No son un credo, no son metafísica. Pensar eso es en convertirlos en una especie de idolatría: el humanismo adorándose a sí mismo”. Y antes sostiene: “dado que los activistas de derechos humanos dan por hecho que representan valores e intereses universales, no han prestado tanta atención de si representan verdaderamente los intereses humanos que dicen defender. No son elegidos por los grupos humanos a los que representan, ni tampoco es posible que ello ocurra”.
Esa frase me recuerda una anécdota del año 2000. En aquella época ejercía el cargo de decano del Colegio de Abogados de Lima (CAL) al cual accedí luego de una elección de cerca 20,000 votantes, con alrededor de 9,000 votos a favor de la fórmula que integraba como vicedecano. Era la época de la oposición a la re-reelección de Fujimori y el embajador del Canadá cumplía un mandato de la Asamblea General de la OEA reunida en Ontario para lograr enmendar el fraude electoral. Dicho embajador convocó a todas las ONG habidas y por haber, pero se olvidó del CAL y de los abogados del Perú a los cuales también representaba. En otras palabras ejercía un mandato de 50,000 profesionales del derecho.
El embajador del Canadá me contestó el teléfono algo sorprendido y luego de una respetuosa pero contundente conversación, me dio un sitio junto con una veintena de ONG de derechos humanos con escasa o nula representatividad. Entre esas ONG recuerdo que había una cuya máxima exponente era doña Susana Villarán de la Puente. No hay duda alguna que los activistas de derechos humanos saben infiltrarse en los altos círculos del poder.
Hoy las organizaciones de los derechos humanos, salvo en países autoritarios como Rusia o China, constituyen una potencia casi nuclear. ¿Pero para qué, para defender al vandalismo, al fraude electoral, a la prepotencia física de agredir a terceros o de silenciar voces discordantes negándoles el derecho de réplica? Eso acaba de ocurrir en Chile en una televisora de propiedad de un confundido billonario. Debemos denunciar tales hechos si queremos que los derechos humanos sirvan de algo. Con mayor razón si peligran los derechos humanos de personas amenazadas por quienes ordenan sitiar a las ciudades por hambre para imponer su voluntad de poder.